Elier Ramírez • La Habana, Cuba
(Tomado de la Jiribilla)
Celebro mucho la nueva edición que ha hecho la Editorial de Letras Cubanas, de República Angelical, una excelente novela histórica de Rolando Rodríguez, Premio Nacional de Ciencias Sociales y de Historia, sobre los apasionantes y convulsos años de la Revolución del 30 en Cuba.
Sin duda, República Angelical fue la primera gran contribución de Rodríguez a nuestra historia, pues a nadie escapa que esa novela está construida a partir de un pormenorizado estudio de numerosas fuentes documentales, entrevistas a muchas de las figuras protagónicas y visitas a lugares históricos donde se desarrollaron algunos de los principales acontecimientos del periodo. Eso le permitió a su autor pintar un cuadro fascinante de los sucedido desde comienzos de la lucha del pueblo cubano contra la dictadura de Gerardo Machado hasta la caída del llamado gobierno de los Cien Días ―realmente fueron 127―. Por supuesto, al ser una novela, se cambian los nombres reales de los protagonistas por seudónimos y se agrega la ficción imprescindible.
Sin embargo, hay que decir que esta novela avala el criterio de cómo este género en ocasiones logra trasladar a los lectores al pasado mucho mejor que cualquier texto de historia tradicional. Permite acercamientos más agudos a las mentalidades, las costumbres, la psicología de la gente común, el vestuario, la arquitectura y los preceptos morales del momento histórico concreto que se describe y analiza. Ese fue uno de los propósitos fundamentales del autor desde el comienzo del proyecto, pues en un libro de Historia ―como él mismo ha señalado en varias entrevistas― se le hacía difícil explicar muchas de las contradicciones de las individualidades que participaron en la Revolución de los años 30. Por ejemplo, cómo un individuo de izquierda terminaba en la derecha y uno de derecha en la izquierda, con la mayor naturalidad del mundo.
El alzamiento de la oposición burguesa contra Machado en agosto de 1931; las distintas organizaciones y tendencias dentro del campo revolucionario y sus fuertes contradicciones (por ejemplo entre el Directorio Estudiantil Universitario y el Ala Izquierda Estudiantil); la mediación estadounidense a través de su enviado Sumner Welles; el movimiento de los sargentos y soldados del 4 de septiembre de 1933; las contradicciones en el seno del llamado gobierno de los Cien Días; las argucias de “Beno” (Fulgencio Batista) y de cómo este terminó manejando las riendas del país en contubernio con la embajada estadounidense; el combate del Hotel Nacional; el alzamiento de noviembre de 1933 y el Golpe de Estado de enero de 1934; son algunas de los principales tópicos que aborda esta novela, de tal forma que el lector no puede evitar involucrase como un participante más de aquellos acontecimientos. Toda la trama está hilvanada por la historia de sus tres protagonistas: un estudiante (Oscar Valdivieso), un sargento (Antonio Felipe) y un oficial (Duarte Brier).
Raúl Roa, quien también aparece en la novela con el seudónimo de “Jabalina”, señaló poco antes de morir, en las últimas páginas de su libro El fuego de la semilla en el surco, lo siguiente:
«Ya todo este miserable y vergonzoso rejuego de la «mediación» lo acaba de poner en claro Rolando Rodríguez, en un libro listo para la imprenta, de excepcional valor histórico.//De la fétida masa de documentos fidedignos que maneja, brota chorreando cieno y sangre el histriónico papel desempeñado por Sumner Welles en su supuesta gestión amistosa y los descastados nativos que lo acompañan en la farsa. Cuando se publique ya no habrá manera de engañarse ni confundirse»1.
Es interesante destacar que ese libro, que según Roa estaba listo para la imprenta, demoró más de dos décadas en salir a la luz. Y constituyen hoy las más recientes aportaciones historiográficas de Rolando Rodríguez: Rebelión en la República: auge y caída de Gerardo Machado (en tres tomos) y la Revolución que no se fue a bolina.
La razón de esta demora es que su creador solo le había leído a Roa los primeros bocetos de una historia de la caída de Machado en agosto de 1933, que había elucubrado casi conjuntamente con República Angelical. Estas líneas que habían hecho vibrar a Roa eran la introducción a una serie de documentos que Rolando Rodríguez pensaba coser por el lomo y después entregar a alguna editorial para su publicación. Pero las cuartillas escritas por Rodríguez se multiplicaron al reconocer la necesidad del análisis histórico retrospectivo. Es decir, para entender y explicarse la Revolución del 30, tenía que buscar las claves en los primeros años de la República Neocolonial, pero al hacerlo, le fue ineludible sumergirse también en el siglo XIX cubano. Esa es la razón fundamental por la que el autor tardó más de 20 años para cumplir con la deuda que había contraído con Roa. Pero en realidad, considero que Rodríguez superó con creces las expectativas que tenía Roa, pues de él se han desprendido otros aportes historiográficos de la talla de: Bajo la Piel de la Manigua: “Rasgos de la Guerra” de Fernando Fornaris; Cuba: La Forja de una Nación; La Revolución Inconclusa: La Protesta de los Mangos de Baraguá contra el pacto del Zanjón; Dos Ríos: a caballo y con el sol en la frente; José Martí, Documentos de Dos Ríos; La toma de Las Tunas: derrota definitiva de las armas españolas en Cuba; Cuba: las máscaras y las sombras. La Primera Ocupación; República de Corcho; La conspiración de los iguales. La protesta de los independientes de Color en 1912; y República Rigurosamente Vigilada: de Menocal a Zayas; del propio autor del libro que reseñamos.
Indiscutiblemente, en cada una de estas contribuciones, se vislumbra el influjo de República Angelical, pues a pesar de que el autor abandonó la ficción, no lo hizo así con su estilo narrativo. En mi opinión, ello le confirió un sello muy singular a su obra posterior, pues sin renunciar al rigor científico le añade un discurso verdaderamente seductor, que trasciende mucho más allá del disfrute excluyente y cerrado de los especialistas.
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p style=»text-align:justify;»>En tiempos en que el audiovisual se convierte cada vez más en el principal producto cultural consumido por los jóvenes, bien valdría la pena que algún osado realizador se decidiera a llevar esta estremecedora historia a la pantalla grande.
Notas
1. Raúl Roa, El Fuego de la Semilla en el Surco, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1982, pp.491-492.