Muchísimas gracias por la invitación. Este es un auditorio peculiar, muy heterogéneo, lo que me parece magnífico.
Lo primero que quiero decir sobre este documental es que yo no he visto ninguna serie mejor que esta sobre la revolución. Si lo que se proponen los realizadores se limita a la historia cronológica de la revolución, les digo que les sale algo mucho mejor. Logran colocar la historia de los problemas de la revolución de una manera que no trata de maquillarlos y que tampoco los presenta de una manera tremendista. Lo hace mediante comentaristas muy ecuánimes, con intervenciones muy balanceadas, serenas. Balanceadas no en el sentido de que no enfaticen un enfoque particular, sino de que no aparecen defendiendo apasionadamente una tesis en torno a la cual intenten ordenar los hechos. La selección de las personas que intervienen fue muy buena, pues ofrecen un marco muy amplio de representaciones. Dicen cosas contradictorias, pues lo menos que pueden hacer es eso, porque están hablando de una realidad contradictoria, en cada una de las etapas.
Esa historia se ha simplificado, hacia un lado o hacia el contrario, a favor de momentos épicos, románticos, maravillosos, etc., de la Revolución; o hacia otros cerrados, dogmáticos, tipo “Quinquenio gris”. Se ha simplificado hasta la saciedad. Este documental la mira desde el presente, porque no hay otra manera de mirarla; pero logra hacerlo trayendo los problemas a una perspectiva actual, donde lo que se dice resulta orgánico y natural al propio carácter dinámico y movedizo del proceso. De manera que trasmite la fuerza y la energía del proceso revolucionario, no como esas cansonas etapas, una detrás de la otra, que se parecen a la sucesión de los reyes de Francia, que uno suele escuchar. Ese tipo de historia de la revolución nos ha hecho mucho daño. No me refiero solo a la que se da en las escuelas, sino a la que sale por la televisión, se encuentra en la mayoría de los libros de texto, y se ha confundido con el sentido común. Este documental contribuye mucho a cuestionar el sentido común sobre la revolución. De ahí su gran valor, porque el pensamiento crítico para lo que sirve es para cuestionar el sentido común. Cuando digo sentido común me refiero a esa manera de razonar, muy compartida, donde, por ejemplo, la Tierra es plana, porque nos parece plana, y nos comportamos como si fuera plana, aunque la verdad sea que no lo es. El documental nos lo recuerda.
Quiero marcar tres puntos:
1. El significado de los 60, esbozado al principio de este capítulo del documental, y más desarrollado en los otros dos capítulos anteriores. 2. El carácter contradictorio de los 70. 3. El tópico siempre recurrente (voy apenas a mencionarlo) de la naturaleza y evolución del conflicto con los Estados Unidos, y su efecto en la política cubana.
Los 60.
En el documental queda muy claro que, en el año 68, cuando ocurre el caso Padilla, había manifestaciones muy fundamentales, institucionales, y explícitas de extremismo, dogmatismo, sectarismo. El sectarismo y el dogmatismo no empezaron después, sino emergen en medio de la cultura política de los 60. La reacción política que crea el caso Padilla no es el resultado de la influencia soviética, pues en el año 68, la influencia soviética es muy escasa. Lo que pasaba entonces, para decirlo con precisión, era que les estábamos mentando la madre a los soviéticos. El hecho de que Fidel racionalizara como una necesidad geopolítica la invasión a Checoslovaquia, en agosto del 68, no debe hacernos soslayar que lo hace emplazándolos por su inconsistencia respecto a Cuba y sobre todo a Vietnam. Hay que leerse aquel discurso de Fidel completo para apreciar la índole de nuestras tensiones con la URSS en aquel momento. De hecho, aquí todo el mundo estaba esperando que aquel día él criticara la intervención, porque el contexto real de nuestras relaciones con los soviéticos era negativo.
Entonces, ¿cómo va a ser el caso Padilla el resultado de la influencia stalinista soviética? Hay que ignorar la historia cubana de los años 60 para afirmarlo. No es Stalin el responsable de aquello, ni de que se expulsara homosexuales de las universidades, mucho antes del Congreso de Educación y Cultura (1971). O que se estigmatizara y depurara a los religiosos de las universidades, o se le negara el ingreso a la educación superior a una persona porque no fuera lo suficientemente revolucionaria –“apáticos”, esa era la palabra que se usaba entonces. Esos fenómenos están presentes en la cultura política de esa década mucho antes de 1968, conviviendo con los hechos gloriosos, como parte de nuestra misma cultura política. Y por eso no es nada raro que ese Congreso de Educación y Cultura se parara luego en masa y aplaudiera una política que les negaba el acceso a trabajar en la educación a esas personas, incluso a los simpatizantes del socialismo. Esa cultura discriminatoria estaba allí instalada. Y repito, no es el resultado de la huella soviética. Está bueno ya de echarles la culpa a los soviéticos de todos nuestros propios percances y problemas. Hace casi 25 años que se acabó la Unión Soviética y todavía somos capaces de repetir que nuestros males son la huella soviética. Por favor…
Lo que ocurrió en ese período, y sobre todo en la segunda mitad de los 60, tiene que ver con un fenómeno con el que empieza este capítulo de Cuba roja: estamos aislados. La mayoría de los aquí presentes, por su edad, no saben lo que significa “estamos aislados”. Era que no teníamos buenas relaciones con casi nadie. Los norteamericanos seguían encima de nosotros; en este hemisferio, solo teníamos relaciones diplomáticas (y no es que fueran buenas) con México y Canadá; ideológicamente, en materia de estrategia para construir el socialismo, estábamos peleados con los rusos y los chinos. Pensábamos alcanzar el socialismo (y el comunismo) como una nave espacial que navega sola en el universo, porque nadie más lo estaba haciendo como nosotros. Esa soledad de la segunda parte de los años 60 es el contexto real en el cual hay que poner las cosas que ocurrieron entonces –no en el fantasma de Stalin. Cuando uno está solo, hace cosas que no haría normalmente, que no responden a la misma lógica o al mismo orden mental. Cuando uno está solo, ¿qué puede pasar? Pues se nos puede ocurrir decretar el viaje directo y sin escalas al comunismo, situado en un pueblo llamado San Andrés de Caiguanabo, en Pinar del Río, donde se iba a eliminar el dinero. ¿Era eso simplemente un “error”? Estábamos solos, y cuando uno está solo hace lo que se le ocurre, porque no tiene nada que lo obligue a considerar otras cosas. ¿Con quién más nos podíamos pelear? ¿Con quién nos podríamos aliar o tratar de atraer? Los que estaban con nosotros, ya lo estaban hacía rato, los movimientos revolucionarios de América Latina –que por cierto, iban perdiendo sus luchas uno detrás del otro.
Los 70 y la “huella soviética”.
Ese contexto de la soledad es fundamental para entender cómo iniciamos la década de los 70. No creo necesario subrayar lo que el documental hace muy bien: había que restablecer un orden, fuera el modelo soviético u otro, que estabilizara las cosas. No se trata solo de que tuvimos que negociar y hacer concesiones a los soviéticos. Necesitábamos estabilidad, para asegurar la continuidad en el cumplimiento de la promesa del socialismo de bienestar que la revolución le hizo al pueblo cubano, y que no se podía seguir posponiendo. De manera que en los 70, necesariamente, teníamos que ordenar la situación nacional, y contábamos con el apoyo de los soviéticos para hacerlo. No con el apoyo y la cooperación de Occidente. La dirigencia de la revolución se lo debía al pueblo, que se había sacrificado hasta las últimas consecuencias, para hacer la zafra de los 10 millones. En esas condiciones es que el gobierno cubano decide adoptar esta política, frente a una Unión Soviética que está dispuesta a ayudarnos, en particular, si accedemos a ciertas cosas propias de la manera de concebir el orden con la cual uno se puede entender con los soviéticos.
Ese orden necesario –resulta imprescindible subrayarlo– dio lugar a un período de bienestar, iniciado entonces, hasta la década de los 80, que consiguió el nivel de vida más alto que el socialismo cubano haya alcanzado nunca. ¿Cómo vamos a hablar de los años 70 sin destacar ese hecho? ¿Cómo vamos a hablar de los 70 –y Fernando Martínez lo ha señalado explícitamente- sin reconocer que fue el periodo en que se cumplió realmente la promesa del modelo de bienestar socialista: justicia social, educación, salud, alto nivel de vida para todo el mundo?
Permítanme mencionar algo que el documental no toca, no como una falla, sino porque ilustra lo que quiero decir. En los años 70, construimos un sentido socialista del consumo social e individual. En los 60, el consumo era una mala palabra, la propia idea de consumir se veía como políticamente no muy correcta. El socialismo de los 70 legitimó el consumo socialista –como recién legitimamos a los trabajadores por cuenta propia. En vez de andar con camisas de trabajo voluntario, con botas de cortar caña, para ir a todas partes, nos pusimos guayaberas. (Ya sé que a los jóvenes les parecen horribles las guayaberas; pero verán que pronto volverán a ponerse de moda.) En los 70 se pusieron de moda unas prendas llamadas safaris, especie de trajes con chaquetas de manga corta que usaban los presidentes africanos. Eran la típica ropa elegante de aquella época.
En relación con esta década tan poco estudiada realmente, un par de comentarios.
El primero es que ojala tuviéramos hoy la pluralidad de ofertas de películas y literatura disponibles en las librerías y salas de cine que disfrutaban los ciudadanos cubanos de la década de los 70. Ciertamente, hubo autores prohibidos, extranjeros y cubanos; y el cierre en materia de ciencias sociales fue profundo y prolongado, incluso más que en el arte y la literatura. Pero la amplitud de orígenes nacionales existente entonces en las obras literarias disponibles, procedentes de África y Asia, no solo de América Latina, la hemos perdido hace mucho; así como la gama de filmes que veían los espectadores comunes y corrientes, con altísimos niveles de popularidad, a lo largo de toda la década de los 70. Los invito a revisar el récord del ICAIC, donde el cine de Europa Occidental, de Japón, de América Latina y el Caribe, que ahora casi no se ve, colmaba las salas. Junto al dogmatismo que ya conocemos, sobre todo en el marxismo-leninismo que se enseñaba, existía este otro ramillete de opciones culturales variadas, presentes en estos años que tendemos a cubrir con la niebla del Quinquenio gris. No olvidar tampoco que en esa etapa se graduaron más cubanos de nivel medio superior y superior que nunca antes, e ingresaron a la fuerza de trabajo un flujo enorme de profesionales y técnicos. Finalmente, la huella de la Unión Soviética es indiscutible. La cantidad de pensamiento soviético que tuvimos que masticar y tragar fue infinita. Es imposible exagerar ese volumen. Solo en las ciencias sociales y las humanidades, la lista de autores comprende decenas y decenas de sociólogos, economistas, filósofos, historiadores, uno detrás del otro. Así aprendieron generaciones completas de cubanos. Ahora bien, no se importa una cultura, ni una manera de pensar el socialismo, como se importan guaguas. Se adquiere una determinada guagua, con sus defectos de fábrica, porque fue donde se pudo comprar a buen precio, y no tuvo más remedio. Pero una manera de pensar y de organizar el socialismo no es algo que uno importa irremediablemente, sino que se decide asumir; porque adopta esas ideas, las hace suyas. Así que al haber asumido aquel modelo, convertido en guía, se produjo una identificación con aquella manera de pensar. La persistencia de ese modelo entre nosotros no se explica porque lo impusieron los soviéticos, ni su prolongada existencia respondió solo a que se pudo salir adelante con él, mientras funcionó. Su razón de ser, de sus causas y consecuencias, y su larga sobrevivencia, es toda nuestra. Y lo sigue siendo.
La historia en su contexto y las generaciones.
Cuba roja es una serie documental, no un libro de historia. Pero trátese de un libro o de una serie documental, la historia no es un cuento cuyos personajes se dividen entre los que meten la pata y los que lo hacen bien. La vida no es fallas y errores de un lado, y aciertos y luchas invictas del otro. Eso está bien para una telenovela, pero ni siquiera para una buena novela. En una buena novela, los personajes malos dicen a veces verdades; y los buenos a menudo se equivocan, porque no son omniscientes, pues solo Dios no se equivoca. De manera que si, años después, mirando hacia atrás, nos damos cuenta de que había más de una manera de hacer las cosas, no es sino la ventaja de haber sobrevivido a la historia. El asunto era haber sido capaz de haberlo visto entonces. Por eso, lo más importante para entender la historia –sea mediante un libro o una película–, es comprender el contexto donde las cosas pasan. Es en ese contexto dentro del cual la gente vive realmente, formado por ideas en las que uno cree. Luego, al pasar el tiempo, puede preguntarse: ¿cómo yo pude creer en todo aquello? Pero la verdad es que creía. Y no es posible entender las conductas de los seres humanos, entonces o ahora, si no es a partir de las cosas en las que creen o creían. De manera que lo mejor es dejar de repartir calificaciones de bueno, regular o malo a los personajes históricos. Tratar de entender la historia en toda su diversidad y profundidad es lo menos que podemos hacer. Incluidos los que miran la historia y la vida desde el arte y la literatura, si quieren no terminar diciendo simplezas.
¿Cuántas generaciones conviven en Cuba hoy? Cuando decimos los viejos, ¿de quiénes estamos hablando? ¿O cuando decimos los jóvenes? ¿Acaso son dos generaciones –o algunas más? Si de sociedades abiertas a sucesivas generaciones se trata, esta que surgió de la revolución dio lugar a un medio propicio para que sucesivas generaciones se engancharan muchísimo, es decir, muchísimo más de lo que se engancharon las generaciones en procesos que empezaron antes. No fue hasta los años 90, quizás fines de los 80, que empezó realmente un desenganche, como resultado de que el socialismo dejó de parecerse al socialismo. No es que no hubiera manifestaciones antes, claro que las había, siempre las hubo, contradicciones, conflictos, opiniones discrepantes, gente que le fue mal, o con quienes se cometieron injusticias. Pero si hablamos de generaciones, este modelo de sociedad ofreció a sucesivas generaciones, más que ninguna otra que yo conozca, poder engancharse en un proyecto parecido. Creer que ese proyecto iba a ser el mismo también es una ilusión óptica. Pero percatémonos de que solo a fines de los 80, y muy claramente en el desbarajuste de los 90, fue que empezamos a darnos cuenta de que no nos gustaba lo que estaba pasando.
Y que no nos gustaba no solo a los jóvenes. Cuando escucho que los jóvenes están decepcionados con lo que pasa, digo: yo también. Y ojo que los jóvenes tienen opciones que los viejos no tenemos, por ejemplo, ponerse a trabajar por cuenta propia. Está claro que a mi edad no es que uno debe hacerse empresario –o emprendedor, como se dice ahora. Las reformas no les dan a las personas de mi edad las oportunidades que les ofrecen a los jóvenes, para decirlo de una manera medio simple. Evidentemente, lo que está en juego es mucho más que eso. Solo subrayo que el malestar con las cosas que no salen bien, no es el de una cierta generación “joven”, sino que recorre a la sociedad completa, porque tiene que ver con las circunstancias en que vive toda (o casi toda) la sociedad. Dejemos de pensar solamente en generaciones y pensemos en grupos sociales: unos están arriba, otros abajo, otros en el medio. Eso es clave.
La Gran Estrategia y la última etapa de la Guerra fría.
Este documental debería tratar en algún momento el tema de la gran estrategia de la Revolución Cubana. Cuando hace referencia a la cuestión internacional, la toca, pero solo parcial y fragmentariamente. En los años 70, después del aislamiento total, Cuba desplegó lo que los politólogos y estudiosos de temas de seguridad internacional llaman una gran estrategia en política exterior. ¿Qué hace un pequeño país con una estrategia global? ¿Fue eso también un error? ¿Algo inexplicable, irracional, o meramente voluntarioso? Era una manera de defendernos de los Estados Unidos, que están exactamente arriba de nosotros. De manera que Angola fue consistente con esa gran estrategia –no solo que allí estaba nuestro hermano Agosthino Neto, y le mandamos las tropas. Esa gran estrategia se implementó con resultados notables, más incluso en África que en América Latina. Desde Argelia, en 1963, y la colaboración con las guerrillas anticolonialistas. Pero no fueron solo acciones militares. Se continuó, desde los primeros 70, con el activismo en el Movimiento de No Alineados, y el recorrido de Fidel por África, luego de visitar los países socialistas (donde por cierto les dijo cosas poco diplomáticas a los polacos, los húngaros y los checos), todo eso antes de Angola.
Esa proyección internacional de la Revolución Cubana, que continuaba el impulso internacionalista de los 60, y que no se limitaba a movimientos de liberación, sino abarcaba a gobiernos de signo ideológico muy diferente al cubano, era parte de un diseño de defensa de la Revolución Cubana. Cuba saltó del aislamiento de los 60 a ese activismo de gran estrategia, con un enorme despliegue. Es por eso que Fidel Castro resulta uno de los grandes estrategas del siglo XX. Sus críticos podrán discutir su desempeño en ciertos campos, pero muy difícilmente pueden desconocer que ha sido un gran maestro en el ajedrez de la estrategia y la política internacional.
De manera que cuando los soviéticos invaden Afganistán, en 1979, le crean a Cuba un problema muy grave. Porque aunque estamos lejos de Afganistán en todos los sentidos, la URSS está invadiendo un país no alineado, cuyo movimiento preside el gobierno cubano. De manera que esa invasión afectó directamente nuestra política e intereses, en un momento en que ya sabíamos que los soviéticos no iban hacer nada contundente por nosotros, ni a defendernos como a los países del Pacto de Varsovia, ni nada parecido. Este tema vale la pena que se recoja en el próximo capítulo del documental.
En cuanto al conflicto con los Estados Unidos, al cabo de una cierta distensión a lo largo de la década, a fines de los 70, el factor principal es el nuevo clima político en América Latina. La Revolución Sandinista y el triunfo de la Nueva Joya en Granada marcarían (mucho más que la crisis del Mariel y los acontecimientos en Medio Oriente o las relaciones con la URSS), el declive de la administración Carter y su corto verano, arrastrados por el ocaso de la distensión en América Latina. Con la crecida de Reagan, la situación retornaría a la paranoia de “otras Cubas” en el hemisferio. Pero ya en los dos últimos años de Carter, con la oleada que antecedió al triunfo sandinista, y el reavivamiento de los movimientos de liberación en América Central, se hizo visible el deterioro de las relaciones bilaterales entre Cuba y los Estados Unidos. El fantasma de la subversión continental reapareció en la política de EEUU hacia la región. Ese síndrome tenía que ver con la revolución en América Latina, que los cubanos habíamos tratado de promover en los años 60, y que ahora de nuevo volvía a aparecer. Desde el año 78 y en el 79, con la Revolución Sandinista, ahí estaba de nuevo la “revolución castrista” en América Latina, en las mismas puertas de los Estados Unidos. Toda la década de los 80 estaría marcada por este nuevo escenario geopolítico en la región.
Nuevamente, por tercera vez, les solicito que actualicen mi dirección en el listado de destinatarios. Deben dejar de usar a la que están enviando ahora (ryepe@rect.uh.cu) y sustituirla por esta: ryepe@cehseu.uh.cu
Saludos.
Estimado Yepe, voy a buscar asesoramiento en eso pues no se como hacerlo. un abrazo, elier
Reblogueó esto en Cree el aldeano vanidoso….