Dra. Francisca López Civeira
(Palabras pronunciadas el 16 de septiembre en el Aula Magna de la Universidad de La Habana)
José Martí planteó a los 16 años una disyuntiva que tiene validez infinita: “O Yara o Madrid”. Aquel adolescente optó por lo que sería el sentido de su vida: Yara. Los cubanos hemos estado ante esa disyuntiva, independientemente de si es Madrid u otro uno de los términos, pues Yara no tiene sustituto o cambio. Un niño de 12 años en el siglo XX, que se llamaba Oscar Antonio Loyola Vega, hizo su opción que fue la de su vida. Yara significó en aquel momento ingresar en las Brigadas Conrado Benítez, asumir la hermosísima tarea de enseñar a leer y escribir en el Escambray y afrontar los riesgos de vida que eso implicó. Yara fue también recoger café cuando se ensañaba el ciclón Flora en esta Isla o Yara fue presidir un CDR durante alrededor de dos décadas. Aquel joven que en el primer año de la carrera fue incluido en la “congelación” de la militancia de una Facultad a la que apenas había recién ingresado, como muchos otros de nosotros terminó los estudios sin “descongelamiento”; pero más de 20 años después dijo Sí a la militancia del Partido. Eso también fue Yara en su opción de vida.
El irreverente Oscar Loyola integró el claustro de la Escuela de Historia al graduarse de esta especialidad y entonces, por circunstancias del momento y de quienes tomaban las decisiones, comenzó en un colectivo de investigaciones y luego pasó a impartir clases, primero de Historia de Cuba en cursos generales y luego en el equipo de Colonia, donde ancló definitivamente en Historia de Cuba II, y fue otra vez Yara, para explicar el fabuloso período de 1868 a 1898. Paralelamente con su desempeño profesional en este medio, ya definida su línea de trabajo, hay que recordar al Oscarito dirigente sindical en el Departamento de Historia de Cuba y en la Facultad, también en el núcleo del Partido y, por supuesto, al miembro de la milicia universitaria que hacía la guardia y marchaba al compás de las voces de mando de los jefes, algunos de los cuales hoy no quisiera recordar.
Mientras esto transcurría, estaba María a su lado, la novia de los años estudiantiles, del tiempo de la beca, con quien construyó una familia que completó Alexandra.
Educador apasionado, con métodos muy personales, pero de gran efectividad, la maestría de Oscar ha sido muy singular y muy eficiente. ¿Cómo puede un maestro enseñar a sus alumnos de manera desapasionada, fría, extrañado de su materia? ¿Cómo es eso posible y llegar al estudiante, identificarlo con lo que enseña? La docencia es conocimiento, pasión y reflexión y Oscar ha sido un modelo en esto. Su apasionada manera de abordar la Historia de Cuba, desde una identificación mambisa, estuvo siempre acompañada de una extraordinaria capacidad de análisis, de plantear problemas y reflexionar sobre ellos, lo que lo hizo ser un profesor de gran atracción para los estudiantes.
Cuando fue necesario incluir en el plan de estudios nuevas materias como Teoría de la Historia, otra vez salió al ruedo este profesor que tenía lecturas acumuladas sobre ese campo, que fue uno de los que más concitó su interés. Con una fuerte inclinación al análisis teórico, la nueva asignatura le permitió desplegar en las aulas ese saber acumulado y procesado. El reto complejo fue asumido y vencido con notable éxito, desde el saber y desde la capacidad de comunicación.
Mas, podemos preguntarnos ¿cuál fue la obra de Loyola? La docencia es obra y de las más complejas y dignas, porque implica la interacción con los otros, la formación de otros, de jóvenes con sus características muy heterogéneas, con todo lo que conlleva esa actividad relacional, por tanto aquí hay una obra, de excelencia por demás; pero también existe una obra escrita, personal, aportadora, renovadora en muchos aspectos, que está en libros y en artículos y ensayos dispersos en múltiples publicaciones de Cuba y otros países. No es casual que se le haya solicitado su participación en la redacción de determinadas obras –algunas como textos dedicados a la docencia– lo que evidencia su prestigio como especialista. La obra dispersa debe ser reunida para que resulte más asequible a los estudiosos de hoy y a los futuros .historiadores que no tendrán el privilegio de verlo disertar, pero tendrán sus aportes historiográficos. Eso se hará, lo haremos.
El hecho fatal que ha convocado este homenaje puede servir, como un aporte más de Oscar Loyola, para pensar acerca de múltiples cuestiones. Una de ellas puede ser la importancia de realizar los reconocimientos a tiempo, de que las personas reciban lo que han ganado con su vida y su obra, como en 1994 lo hicieron sus alumnos mexicanos poniendo su nombre a su generación de graduados. Debemos preguntarnos ¿Por qué Oscar Loyola tiene este poder de convocatoria que hemos visto y vivido desde el viernes 5 de septiembre? No sé cuantos de nosotros tendríamos tal capacidad para convocar a los estudiantes, a alumnos de diferentes promociones, muchos hoy profesionales de larga trayectoria. Eso también debe hacernos pensar para buscar las vías para llegar al intelecto y al sentimiento.
La vida y obra de Oscar puede ser igualmente un referente para la dignificación del maestro, del profesor, viéndolo en su grandeza, en su función formadora. Hay características muy personales que no se pueden imitar ni repetir. La agilidad de pensamiento y palabra, la lengua a veces mordaz, irónica, que en no pocas ocasiones enfrentó situaciones complejas, la capacidad histriónica para desarrollar algunas explicaciones de manera sorprendente, fueron particularidades muy especiales, por lo que no tendremos otro Oscar Loyola; pero podemos enriquecer nuestro quehacer con lo que él aportó de pasión y reflexión, de comunicación oral y escrita.
El “Oscarito” de sus amigos decía que era el último mambí, lo que se apreciaba en su manera de cabalgar junto a Máximo Gómez en el decurso de nuestras guerras independentistas. Gómez fue un gran paradigma para él, tanto que su dirección de correo electrónico era máximo. Según decía, Máximo Gómez no había tenido un correo electrónico y él se lo regalaba. Martí fue otra de sus grandes pasiones y, muchos lo sabemos, se incluye en esta lista a Carlos Manuel de Céspedes. Es una gran trilogía en sus estudios y amores. ¿Cómo no recordar sus análisis acerca de Gómez? Cuando tituló un trabajo “Sin temor a negativa” estaba anunciando con esta expresión martiana el sentido de su estudio. Sus reflexiones en torno a Céspedes y las contradicciones que le rodearon son, sin duda, caminos para la comprensión de tan complejo entramado, así como el abordaje de los problemas de la dirección de las revoluciones mambisas, en un sentido más general, y ¿qué decir de aquel ensayo inicial sobre el anexionismo en la Guerra de los Diez Años? No puedo dejar de mencionar en este breve repaso, su concisa y brillante caracterización de la plantación esclavista, ni sus reflexiones sobre el 98, entre otras cuestiones.
El listado de temas y problemas históricos que abordó Oscar puede ser extenso; en el que no se puede omitir la línea acerca de los problemas teóricos de las revoluciones o, de manera señalada, acerca de la historia y su escritura.
Posgrados, conferencias, jurados y congresos en toda la extensión de la geografía cubana tuvieron en Oscar un animador constante. A veces desafiando un ciclón y un permanente apagón, como en Santiago de Cuba en 1998, viajes a Sancti Spíritus que inexplicablemente duraron 16 horas en un tren donde caían ramas de árboles del camino, el peregrinaje en busca de la habitación en un hotel que parecía imaginario, noches en un aeropuerto porque no salía el avión de Holguín sin razón aparente, fueron muestras de los avatares que implican estos itinerarios que, sin embargo, no desanimaron la disposición a continuar repartiendo saber y carisma por todo el archipiélago. No tuve el privilegio de compartir alguna estancia fuera de Cuba con Oscar, aunque siempre le dije que no debíamos coincidir por cuanto tiendo a tener contratiempos cuando me alejo de mi casa, dentro o fuera de Cuba, por lo que la combinación con él, a quien le pasaba todo lo inesperado, sería desastrosa. Eran tan singulares los acontecimientos que le rodeaban que, cuando fue movilizado a la agricultura, como profesor joven siempre en disposición de realizar tareas, no recibió el paquete que le habíamos reunido en el Departamento con alimentos y cajas de cigarros, pero no se había perdido, simplemente se había quedado extraviado, por lo que al recuperarlo se lo entregué como regalo de bienvenida.
Oscar era muy singular en todo: en su manera de impartir las clases, en las respuestas que solía dar y hasta en la forma de indignarse ante diversas cuestiones o situaciones que repudiaba como, por ejemplo, la manipulación intencionada del llamado “quinquenio gris” o la falta de ética en algunas conductas personales o profesionales.
Creo que el Oscar Loyola que hemos conocido y, muchos de nosotros admirado, perdurará en sus anécdotas, en su manera ágil y fuerte de enfrentar los obstáculos, que no fueron pocos, en el ejercicio de la profesión, en sus peculiaridades en el decir y el hacer; pero para todos debe perdurar su vocación de maestro, su amor por la Historia de Cuba, su seriedad reflexiva en el campo de la Historia, su obra a través de sus alumnos y sus aportes historiográficos para las generaciones de hoy y de mañana.
La asistencia a este acto muestra, con más elocuencia que las palabras, el lugar de Oscar Loyola Vega en el magisterio y en el saber histórico de Cuba. Que esto sirva a todos para reflexionar y ser mejores. Muchas gracias Oscar por todo lo que nos dejas, aunque no perdonemos que te hayas ido.