Jorge Hernández Martínez
Intervención en el espacio Dialogar, dialogar, de la AHS, febrero de 2015.
Transcripción de Yisell Rodríguez
Buenas tardes. Es un gusto poder compartir con ustedes esta tarde, aunque algunos de nosotros debemos estar a las 3:00 pm en otra parte por lo cual trataremos de ser breves en nuestra presentación. Agradecemos mucho a Elier y a la AHS por este espacio y por poder compartir con los compañeros Jesús Arboleya y Rafael Hernández. Me siento muy cómodo al hablar primero, sobre todo teniendo en cuenta que estos dos grandes conocedores están aquí. Agradezco también la presencia de varios de los presentes. Es el caso, por ejemplo, de la compañera Blanca Rosa Pampín, trabajábamos juntos hace muchos años; del excelentísimo embajador noruego, que está acá, y en cuya casa estuve hace un tiempo, en el marco de un proyecto con Phil Brenner y Andrés Serbín, junto a otros colegas. Me alegra, desde luego, ver aquí a una audiencia predominantemente joven, y en ella, a un grupo de compañeros jóvenes del Centro que dirijo.
El hecho de que sea Elier quien convoque esto no es una casualidad. Es un historiador joven que se ha venido distinguiendo con su labor intelectual, primero con una maestría, luego con un doctorado, sobre el tema del conflicto Cuba-Estados Unidos. Autor de numerosos trabajos, además de sus libros, como coautor con Esteban Morales. Como él dijo, el tema éste, de ver las relaciones entre Estados Unidos y Cuba después del 17 de diciembre pasado, se ha puesto como de moda.
Hace unos días, como parte de un coloquio de la Feria del Libro, tuve que hablar sobre el asunto en la Casa del Alba, en un panel organizado por la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, junto a Pedro Pablo Rodríguez y Paquita López Civeira. También hace muy poco, estuvieron Rafael Hernández, Olga Rosa González, Luis René Fernández –estos dos últimos del CEHSEU–, en el espacio estudiantil “La Cafetera”, de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, dialogando por iniciativa de la FEU y la UJC. Y ahora mismo venimos Luis René y yo del Centro de Prensa Internacional, de compartir en una entrevista con el canal de televisión venezolano Globovisión, el cual, como sabemos, cambió de dueño, pero ha estado caracterizado hasta hace poco por una actividad mediática muy fuerte contra la Revolución Bolivariana y con un lenguaje duro hacia Cuba también. En esta ocasión, sin embargo, pudimos hablar del tema en un ambiente más distendido. Sirvan estos comentarios sólo para confirmar que, en efecto, es como si el tema estuviese de moda.
Yo tengo varias cosas generales que apuntar, fundamentalmente en calidad de premisas, y que son válidas para comenzar, en la medida que es la primera de las tres exposiciones. Ante todo, hay que retener que la relación conflictual de Cuba con Estados Unidos no es nada nuevo; tiene un carácter histórico, se trata de un conflicto que adquiere una connotación cualitativamente distinta después del triunfo de la Revolución Cubana, pero que existía desde mucho antes.
Por eso hablamos de 57 años de conflicto después de que se inicia la etapa de la Revolución en el poder, pero en realidad tiene soportes históricos. Algunos dicen el nacimiento del mismo nos remite a la lógica de la Guerra Fría, toda vez que después de 1945 el llamado tercer mundo y sus escenarios –América Latina y el Caribe entre ello– se convierten en un escenario de disputas entre las superpotencias, Estados Unidos y la URSS, una rivalidad por las esferas de influencia, entre el capitalismo y el socialismo, como sistemas opuestos. Viendo los escenarios que habían acontecido en América Latina a mediados de la década de 1950, como en Guatemala, cuando el gobierno de Jacobo Arbenz adopta medidas muy radicales y Cuba se coloca luego, con su vocación revolucionaria y socialista, unos años después, en objeto de atención similar de la política de los Estados Unidos. El resultado es el proceso conflictual entre los dos países, como una factura de la Guerra Fría. Pero en realidad hay que ir más atrás. Ese tampoco es el origen del conflicto.
Muchos piensan, entonces, que el basamento histórico del mismo nace con el siglo XX, a partir de la intervención de Estados Unidos en la guerra de España con Cuba y con el establecimiento de la República neocolonial, de la etapa plattista, pero en realidad si uno sigue mirando hacia atrás, sin desconocer el significado de estos acontecimientos, desde las reflexiones martianas en el marco de la Conferencia Panamericana en 1889-1890, o más atrás, con el Monroismo, en 1823, se percata de que la conflictividad era anterior. Hay numerosos trabajos de historiadores como los de Louis J. Pérez Junior, hijo de inmigrantes cubanos, radicado en los Estados Unidos, que demuestran la importancia que tiene Cuba en la cultura política norteamericana, desde el siglo XIX.
Hay una frase que se atribuye a Jefferson en el año 1809, más o menos, aunque no se ha podido encontrar el original (un amigo me decía que le pertenece a otra figura de aquellos tiempos), donde expresa algo así como que Cuba es el resultado de la sedimentación de las arenas del río Mississipi en el Golfo de México; de modo que bajo esa lógica geopolítica vendría a ser como un montículo arenoso sobre el cual existe toda una racionalidad estratégica, como para preocuparse por los acontecimientos en Cuba, que mas allá de la obvia cercanía geográfica, la Isla Cuba está encajada en el perímetro de seguridad nacional de los Estados Unidos y ubicada entre los intereses de ese país. Desde ese punto de vista, algunos autores han caracterizado con un poco de simplismo ese histórico conflicto, porque lo han visto y no deja de ser cierto que es así –aunque no es solamente así–, como un diferendo que se explica por la confrontación entre culturas políticas distintas, contrapuestas e incompatibles. Para ciertos autores, se le interpreta incluso como un conflicto de amor-odio.
Hay una anécdota que viene al caso –incluso aquí a las 4 y pico de la tarde cuando hace un poco de calor porque el aire acondicionado no se siente demasiado–, para representar esa imagen metafórica geográfica… en la que Liborio con su sombrero de yarey encarna al pueblo cubano… sale del cañaveral cansado y con los pies lastimados por las espinas porque anda descalzo y cuando llega a la guardarraya se encuentra con Dios. En mi niñez, en la década del 50, se hubiera dicho se encuentra con “papá Dios”. Y Dios le dice “concho Liborio, como estás”, pero Liborio lo que expresa es una sensación de tremenda satisfacción con su país, con su patria, y Dios lo provoca diciéndole: “pero hay mucho calor, estás cansado, eres un hombre humilde”, y él responde: “no, eso no importa…, mira el color del cielo, el verdor de nuestras cañas”. Dios lo sigue provocando y le dice “pero hay mosquitos, hay terrenos cenagosos” y Liborio le responde con satisfacción plena en cuanto a su entorno. Y Dios le dice “entonces tú eres un hombre feliz”, y Liborio responde: “sí, claro”. “Entonces no hay problemas en tu vida ni en la de esta nación,” le dice Dios… Y Liborio contesta: “no, para nada”. Entonces el cronista describe que Dios, como con un aire socarrón, le dice: “Liborio, no estés tan seguro… porque para eso yo creé a los americanos”.
Entonces, en otra parte de la historia, le sale Dios a un americano, un negociante exitoso, en una esquina populosa de Manhattan, por Wall Street y le pregunta: “¿como está la cosa”. El americano le responde “los negocios están estelares, hay que ver que hay de todo”. “¿Entonces no hay impedimentos, precocupaciones en tu vida?”, pregunta Dios. “ No, no”, responde el negociante. “¿El país va a prosperar?. ¿No hay razones para inquietud?”, sigue preguntando Dios. “No” –responde el hombre–. La felicidad está garantizada, este es un país inmenso, con grandes recursos y oportunidades, es una nación que va de costa a costa, de norte a sur”. Y entonces Dios le dice: “no estés tan seguro, porque para eso creé a los cubanos”.
Es decir, la sensación de que las representaciones aludidas vienen a ser como piedras en el zapato, son suficientes para explicar cómo una contienda histórica va a perdurar (toda vez que se expresa a nivel de la cultura política e incluso en la postura nacional, con ingredientes en la psicología de ambas naciones). Pero esa viene a ser una explicación un tanto pobre, en ayuda de la cual vienen en auxilio no pocos artículos. Recuerdo uno de Rafael Hernández de hace unos años que se llamaba “Estados Unidos Cuba, la lógica de la frontera”, y un libro de Pedro Pablo Rodríguez titulado “El despliegue de un conflicto”, donde su primer capítulo se llamaba “la fuente del problema: la dominación”.
Para contribuir a la idea básica hay que decir que existes dos proyectos de nación con respecto a Cuba, sustentados respectivamente, por un lado, en el proyecto de dominación de Estados Unidos con respecto a Cuba, y por otro, en el proyecto de autonomía, independencia y soberanía nacional que a sostenido la Isla. Por tanto, no es solo la cultura asentada en las posiciones nacionales de ambos países, sino que existe, como trasfondo, una conflictividad relacionada con relaciones de poder y de dominación, lo cual obliga a tener en cuenta, además del carácter histórico, la profunda asimetría que ha caracterizado esta relación bilateral y que es lo que nos lleva a decir en algunos escritos que cuando se habla de normalización –y tenemos conciencia clara de que la palabra fue usada por el General de Ejército cuando hizo su intervención el 17 de diciembre–, puede ser una meta o un estado que no se podrá alcanzar en un momento inmediato, quizás ni en el corto o mediano plazo; en todo caso, sería en el largo plazo. Lo que dice la historia, es que las relaciones entre los dos países nunca han sido normales. Un profesor gustaba de decir que “la historia se da una vez; y se da como se dio; lo demás son interpretaciones”. Desde ese punto de vista, por tanto, es que se puede decir que las relaciones históricas entre ambos países nunca fueron normales y no sé si van a poder serlo, por la gran carga de asimetría. Existen criterios diversos al respecto. Se argumenta incluso que las relaciones de los Estados Unidos con otros países tampoco han sido normales. Caben diferentes lógicas interpretativas.
El proyecto de Cuba, además de hablar de soberanía nacional, por supuesto que habla de independencia, y de otras cosas, o de categorías que a veces se omiten, apenas se mencionan, pero que implican el respeto a la integridad territorial, a la capacidad de autodeterminación. Al mirar este conjunto es que surge la duda acerca de la normalización de las relaciones bilaterales.
El último comentario, para ser consecuente con el tiempo y garantizar el dinamismo del intercambio –siguiendo las indicaciones de Elier sobre la brevedad de las intervenciones–, tiene que ver con el hecho de que el conflicto no es solamente bilateral. Con mucha frecuencia se le presenta sólo como tal, pero eso es como la percepción quizás más directa, por la naturaleza obvia de la agenda del conflicto (que es entre dos países), y de esa bilateralidad es que se pueden asumir las grandes incompatibilidades que arman o conforman la agenda dura: temas como el bloqueo, entendido no como una ley, sino como un conjunto de restricciones, regulaciones, medidas (o sea, como un sistema), la presencia de la Base Naval de Guantánamo, y otro grupo de temas, como fueron los sobrevuelos espías sobre territorio cubano, la migración, el tema de los Cinco, que se sumó a la tradicional agenda bilateral, la persistencia de la propaganda enemiga, radial y televisiva, las llamadas fonías contrarrevolucionarias, que aunque estén en manos privadas de cubanoamericanos son auspiciadas y trasmitidas por el gobierno de Estados Unidos. Bueno, esos son algunos –los principales— temas duros en la discusión bilateral. Hasta ahora, no se ha avanzado demasiado, aunque se hayan tomado acuerdos específicos más de una vez, porque en el fondo los Estados Unidos no reconocen a Cuba como un interlocutor en igualdad de condiciones.
Pero además de ello, el conflicto ha tenido una dimensión multilateral, fue mucho más visible durante la época de la guerra fría considerando que la post guerra fría se inició entre 1989 y 1991 –aunque desde nuestro punto de vista, la guerra fría ha proseguido, pero no es el tema de este encuentro–; en la década de 1980, y hasta que se desintegra el sistema socialista mundial y desaparece la Unión Soviética, en el siguiente decenio, esa es la etapa en la que Cuba era presentada como una economía subsidiada por los soviéticos, era la época de la tesis de la “satelización” de Cuba, que la presentaba como un satélite o una marioneta, manejada por hilos desde la Unión Soviética; era el tiempo de la presencia internacionalista de Cuba en Africa (Angola, Etiopia), del apoyo solidario a los movimientos de liberación nacional en el mundo, especialmente la solidaridad con el gobiernos del FSLN en Nicaragua y las fuerzas progresistas, FMLN y FDR en El salvador en los años de 1980, así como la presencia de Cuba en el Movimiento de Países No alineados (MNOAL). Todo ello llevaba a discutir la relación entre Cuba y Estados Unidos mucho más allá de la agenda bilateral. Era un tema que tenía componentes multilaterales. Este es un rasgo importante, que lejos de desaparecer, aún tiene expresión, en las nuevas condiciones históricas.
Hoy día no existen esos conflictos pero la relación fraternal y solidaria –para poner solo un ejemplo– con Venezuela pudiera estar en la cuerda de lo que analizamos y nos deja múltiples preguntas. A los efectos de ilustrar lo dicho: ¿tendría sostenibilidad el proceso que estamos iniciando? Pongo un ejemplo muy sencillo en el aula: Si mañana hicieran un atentado, exitoso o frustrado, a Nicolás Maduro, el presidente venezolano y aparecieran evidencias que comprobaran la mano de agencias gubernamentales de Estados Unidos ¿qué pasaría con este proceso entre Cuba y Estados Unidos? ¿seguiría avanzando, se estancaría o retrocedería? Esa es una forma de imaginar el posible desarrollo del conflicto, atendiendo a la dimensión multilateral.
Como decíamos al comienzo, lo que pretendimos fue apenas esbozar resumidamente unas premisas, puntos de partida, enfatizando el carácter histórico del conflicto, la significación de algunos factores subjetivos y la dimensión no sólo bilateral, sino también multilateral, del conflicto.
Intervención durante el debate
A mí personalmente lo que me ha tocado es estudiar a los Estados Unidos por dentro, y es inevitable que analice la interacción con Cuba porque vivo aquí. Pero casi siempre evado el ejercicio de entrar en un escenario de imaginación sobre la relación entre los dos países, de acudir a la bola de cristal, aunque creo que es importante proyectar lo que puede pasar, aunque se debe tener cuidado en no caer en especulaciones. Las ciencias sociales tienen una tarea relevante en cuanto a las proyecciones o pronósticos, no lo subestimamos. El encuentro realizado en esta tarde es un ejercicio responsable, rigurosos, científico.
Para dar algunos elementos que se aproximen a complementaciones más que a respuestas. Todo este tema hay que concebirlo a partir de interacciones y coyunturas históricas. El 17D es una coyuntura, pero se da en un contexto, tiene antecedentes nacionales en cada uno de los dos países, así como en el contexto latinoamericano, desde donde emanan un conjunto de presiones sobre todo desde las dos Cumbres de las Américas anteriores y la situación con la OEA en 2009. Y en el caso cubano, se menciono aquí que habíamos iniciado todo un proceso de cambios antes de este día, que forma parte del contexto interno, relacionado con la actualización del modelo socialista cubano, y que podemos asumir como una variación concomitante. En Cuba había un proceso de cambios que, leído desde Estados Unidos, acentuaba el factor “oportunidad” pero aquí entra también el campo de lo objetivo y lo subjetivo: las percepciones sobre los cambios, sus alcances e implicaciones.
En gran medida, compañeros y compañeras, los cambios políticos se constituyen, más allá de su entidad misma, sobre la base de la mirada del otro, de las percepciones. En los temas identitarios es donde mejor se ve como el otro percibe las debilidades o las fortalezas. Al hablar de historia, hay que hablar de percepciones mutuas. La relación entre lo bilateral y lo multilateral también entra ahí. En el caso cubano, que ha convivido 57 años con esto que hemos llamado el “síndrome de la fortaleza sitiada”, de ver al enemigo dondequiera y sus amenazas, es un factor que condiciona nuestras respuestas.
Todo lo que se ha dicho, como pregunta o comentario, es interesantísimo para interpretar las capacidades de respuestas. ¿Estamos preparados para convivir fuera de la confrontación, en el diálogo? El General de Ejército hablaba de que en un contexto, cuando empezó el proceso de actualización, de la significación del cambio en la mentalidad. En este proceso también estamos ante la necesidad de cambiar de mentalidad, pero hemos crecido con una serie de prejuicios (y juicios) asociados al tema sobre una base legitima. Eso es lo que conduce a muchos cubanos, a ver con recelo o desconfianza a los norteamericanos. Tenemos que aprender a vivir en este nuevo contexto.
Ahora bien, yo creo que para llegar a una respuesta sobre si algo es trascendente o no en las decisiones de Obama, habría que valorar hasta qué punto su accionar cuenta con el consenso republicano, de las elites de poder, o si se trata de una decisión respaldada solamente por los demócratas o que más bien es fruto de sus propias decisiones personales. Se impone un examen en términos de correlación de fuerzas internas. ¿Hasta qué punto pueden tener fijador estas cosas, pongamos por caso, más allá de la Cumbre de las Américas? Me parece que hay que tomar nota de lo siguiente. Existe una categoría, que es la de razón de Estado. Así, algunos autores han dicho que en Estados Unidos durante muchos años lo que ha existido es una especie de gobierno invisible, estructuras permanentes, y que existe un gobierno pasajero o temporal refiriéndose a las administraciones de turno. La razón de Estado hace alusión a esto y desde ese punto de vista, los próximos acontecimientos son los que nos darán la respuesta. No evado el comentario, pero es lo que puedo decir de manera responsable, desde el punto de vista de que más allá de la Cumbre, tenemos ahí mismo el año de elecciones presidenciales en los Estados Unidos, que lo matiza y lo manipula todo. De hecho, las campañas por las elecciones presidenciales cada vez comienzan antes. De cierto modo, ya en Estados Unidos todo se lee en términos de los comicios de 2016.
Entonces, si en un gobierno de los Estados Unidos hubiera una cierta voluntad, una pauta de de continuidad, estaríamos apostando a que hay intereses “macro” de las elites, de las oligarquías permanentes y de todo lo que configura esa definición engañosa de “clase política norteamericana”. A mí me defraudó cuando el célebre economista marxista estadounidense Victor Perlo vino a La Habana en los años de 1980, y respondió una pregunta en un evento del Movimiento Cubano por la Paz sobre el complejo militar industrial diciendo: “Es muy fácil, ese complejo lo conforman 8 hombres”. E hizo referencia al Secretario de Estado, del Departamento de Defensa, al jefe del Consejo de Seguridad Nacional, de la CIA, etcétera.
El transcurso del tiempo es quien nos dará respuestas. Si se va formando un consenso republicano y demócrata, si hay un proceso como de tendencia que indique a más proximidades entre ambos partidos, estaríamos en capacidad de responder. Ello evidenciaría que lo que está detrás es una razón de Estado, y que no se trata de un acto efímero, de una Administración pasajera. Y del lado de Cuba, debemos con sabiduría, seguir cada paso, leer los datos, interpretar los procesos; evitar que nos pase, como decía Máximo Gómez: no llegar ni pasarnos.
Por último, quisiera agregar que para obtener una política exterior coherente y legítima, los Estados Unidos evitan contradicciones dentro de sus propios códigos, pero en realidad, han vivido contradiciéndose tremendamente a lo largo de su historia. El poeta portugués Fernando Pessoa suele decir que sólo hay dos maneras de tener siempre la razón: callando y contradiciéndose. Después del monroísmo y de la conocida expresión: “América para los americanos”, ¿qué pasó con las Malvinas? Le volvieron la espalda a América Latina. Ellos pueden vivir con esa incoherencia. ¿Somos todos hermanos, no? Pero vean la relación con México, desde que se agudizó el problema de la inmigración ilegal. No han podido establecer consenso en el asunto migratorio y levantaron un muro, con un país “hermano”, dentro del Tratado de Libre Comercio. Una cosa inconcebible. Incoherente. En cambio, la política de la razón de Estado explica que, como contraste, han sido capaces de dialogar con Cuba a contrapelo del bloque cubanoamericano y de algunos sectores fuertes de la derecha y la ultraderecha. Firmaron el acuerdo migratorio con Cuba a pesar de considerar que en el país existía “una dictadura y un Estado terrorista”. ¿Por qué? porque ahí estaba la razón de Estado. La capacidad de contradecirse está en el ADN de los Estados Unidos.