En el año 2008 escribí un artículo titulado “Ética y ejemplo: Revolución”. Su introducción fue acompañada con un fragmento de uno de los poemas de Guillermo Rodríguez Rivera que quiero reproducir y que subraya con profusa evidencia histórica la importancia del ejemplo para blandir verdades.
«…porque para hacerme morir y trabajar y renunciar a todo,
a mí, hay que marchar delante (…)
Hay que ser el Mayor en la llanura, El genio de Martí pasando hambre,
Ernesto Che Guevara durmiendo sobre el suelo, igual
que sus soldados o Fidel Castro en el Moncada.«
Vuelvo a aquel artículo del 2008, después de leer un Editorial que hace referencia a un reciente debate en el que participé y en el que la ética en la comunicación y en la política fueron los ejes centrales.
En el referido Editorial se expresan algunas imprecisiones y distorsiones que es necesario aclarar, en aras de reverenciar la ética a la que se apela, y por respeto a todos y todas los que han estado pendientes o participaron de la controversia.
Habla el Editorial sobre cuestionamientos y descalificaciones. Sin embargo, todo aquel que pueda y tenga tiempo podrá revisitar los criterios allí manifestados, siempre dentro de cauces respetuosos y con elementos conceptuales de fondo, pautando el ritmo.
El Editorial alerta sobre supuestos esfuerzos divisionistas, mientras obvia las diferencias entre medios relacionados en el debate, que con distintas génesis, contenidos, públicos y propósitos se encallan en un tipo de periodismo clasificado en el debate como bifronte y precisamente destinado a dividirnos, como denunciara recientemente el Presidente de nuestro país.
Esquiva el Editorial una de las contradicciones puntuales analizadas en el debate cuando se defendió sin rubor la supuesta legitimidad que encierra recibir fondos públicos de un gobierno extranjero para hacer política y periodismo dentro de Cuba, alegando la existencia de buenas relaciones diplomáticas y evidenciándose una inaudita flexibilidad de los marcos éticos universalmente aceptados. ¿Cómo reaccionaríamos si mañana el periódico Granma, órgano oficial del PCC, recibiera fondos públicos o privados provenientes del exterior, mediando de hecho la pauta editorial?
Por tanto, el debate no sembró la sospecha ni faltó a la ética. El debate trató, desde lo axiológico, de encontrar una explicación a suprema contradicción.
Igual espacio tuvo en la discusión el peso de la credibilidad del emisor en el mensaje que se emite. Para ello se expresaron y esperaron criterios sobre el impacto que tiene en las agendas y discursos comunicativos la dependencia financiera, así como en la credibilidad ante los públicos. Máxime cuando fueron amplias las evidencias y las reflexiones sobre la naturaleza del Gobierno en cuestión y la existencia de planes que en materia comunicacional (y política) se dirigen contra Cuba.
El debate también abordó el demérito que causa las reiteración de clasificaciones y matrices diseñadas contra Cuba por determinados emisores sin reparar que ayudan a crear sismas simbólicos, discursivos y conductuales al interior de nuestra sociedad. Entre los términos más utilizados estuvieron: “francotirador”, “extremista de izquierda”, “contrarrevolucionarios comunistas”, “oportunistas”, entre otros.
No puede alegarse que hubo un debate preconcebido, pues no se encuentran evidencias para calzar tal afirmación. Ni existieron descalificaciones de parte de aquellos que apuntaron con respeto las contradicciones. Sí se hicieron notables referencias, conceptualmente afincadas, sobre el modo de hacer periodismo de algunos que se escudan en conjeturas, afirmaciones sin pruebas y en un lenguaje tendencioso y sensacionalista, que logra hilvanar con técnicas conocidas y estudiadas, anhelos y vacíos comunes, para despertar emociones en los públicos mediante la inferencia y la comparación indirecta.
Sobre este periodismo amarillo y sobre la responsabilidad profesional se debatió bastante de un lado, mientras que de otro, hubo esquivas incomprensibles.
Acusar de violación de la privacidad a la sistematización que se hizo del debate público acaecido en la mayor red social en Internet, abierta a cientos de millones de personas, constituye otra contradicción. No es posible que por un lado se exija apertura y diálogo y se reproche el secretismo, mientras que por otro se esquiven asuntos medulares alegando ataques a la privacidad y defendiendo nuevas modalidades de censura, como el bloqueo de un participante que nunca insultó. Y si se intenta equiparar la acción descrita con el derecho manifestado en la justa acción de Silvio Rodríguez frente al terrorista contrarrevolucionario Carlos Alberto Montaner, no solo tiembla la injusticia, al equiparar de forma indirecta a probados militantes con contrarrevolucionarios, sino que se rompen los marcos de la cordura y la soberbia.
Una lectura pausada del debate y su compendio podrá ser suficiente para advertir dónde estuvieron los adjetivos y dónde las verdades. Dónde el pensamiento valiente y reposado y dónde la exaltación y la esquiva. Como dijo Martí: «el honor de luego, que es la forma mejor de la vida, no es para los que cortejan las injusticias del vulgo, sino para los que osan decirle la verdad”.