Luis Morlote Rivas*
Quiero quizás decir dos o tres ideas, porque los que estamos aquí estamos por dos razones: una, yo veo a muchos amigos de Alfredo aquí, gente que fueron queridas, que están aquí y que pueden hablar con mucha propiedad de cómo era Alfredo también, y por lo tanto de lo que ese legado que Alfredo fue construyendo día a día, y que los que fuimos cercanos a él, amigos –de lo decía ahora a Eusebio–, no lo vemos muerto ni mucho menos; lo vemos ahí batallando con nosotros obstinadamente.
Esa es la razón por la que estamos muchos aquí, y otra poderosa razón es tener la posibilidad de compartir con Eusebio, que es una persona extraordinaria para nosotros, que admiramos mucho todos los que estamos aquí, y que además me cabe el honor de que Alfredo lo tenía como un amigo incondicional muy cercano. Yo sé cuánto él admiraba a Alfredo, y sé también cuánto Alfredo lo admiraba y lo quería a él, y todo el tiempo Alfredo hablaba de la tremenda proeza esa que cotidianamente construye Eusebio. Alfredo tenía una especie de admiración-envidia por cómo Eusebio lograba cotidianamente imponerse a los obstáculos y construir una catedral a la belleza, como lo hace en cada acto de su vida. Por tanto, cuando empezábamos a soñar este encuentro, que es verdad que lo íbamos a hacer por el aniversario del nacimiento de Alfredo, la primera persona en que pensamos siempre fue en Eusebio, y que podamos, a unos días nada más de sus 90 años hablar de Alfredo y que esté Eusebio presente a mí me emociona mucho, y le agradezco a Eusebio que esté presente, que haya aceptado estar con nosotros.
Yo debía ser el segundo que hablara, porque Eusebio tiene una amistad de muchos más años con Alfredo, y yo lo conocí muy al final de su vida, en sus últimos años; pero igual voy a hablar como representante de una generación que tuvo la posibilidad de compartir con él mucho tiempo. Nosotros tuvimos la posibilidad –y Eusebio lo sabe bien—de que Alfredo hiciera del Pabellón Cuba, de la sede de la Asociación, su cuartel general. En los últimos tiempos, yo creo que venía mucho más al Pabellón Cuba, que este es un pabellón muy lindo, pero con una cantidad de obstáculos para Alfredo, que venía en su silla y eso; pero yo recuerdo que diariamente, en los últimos tiempos, él venía aquí al Pabellón. Siempre estaba sobre las 6 o las 7 de la noche, bajaba incluso las escaleras esas, que son intransitables, y nos sentábamos ahí a conspirar un poco en las oficinas de la Asociación y a pensar. Y hay que agradecerle muchas de las cosas que se hicieron, desde la propia remodelación del Pabellón hasta el concepto cultural, que hoy me decía Eusebio que hay que volver a recuperar ese concepto menos comercial y más cultural y más artístico que tenía el Pabellón, que todo el tiempo fue una idea de Alfredo, esta misma sala, la propia sala de cine. Fuimos, de Festival en Festival, tratando de construir un espacio también para que los jóvenes tuvieran un lugar para apreciar las artes, desde la propia galería. Y él insistía mucho en que tuviéramos un lugar para debatir, para discutirlo todo, para polemizar.
Ese privilegio extraordinario que significó el que nos honrara con su amistad. Aunque él decía que no, él sabía que de alguna manera nos estaba preparando también para enfrentar las batallas por venir en un país que sigue aspirando a construir una sociedad justa donde el ser humano esté en el centro de las preocupaciones.
Yo anoté algunas cositas ahí, sé que no las voy a poder decir, para que Eusebio tenga todo el tiempo y para que los amigos que están aquí, que son muchos, puedan hablar. Yo quisiera quizás, Eusebio, remarcar tres o cuatro ideas del pensamiento y del accionar de Alfredo y de su relación con los jóvenes, porque yo sé que las intervenciones de Alfredo fueron muy polémicas siempre.
Recuerdo incluso algunos espacios a los que fuimos juntos, yo iba acompañándolo como público a ver sus intervenciones en la propia Universidad de La Habana o en el Instituto Superior de Arte, en el ISA, donde tuvo encuentros, o en la propia Facultad de Filosofía –aquí veo al entonces Presidente de la Facultad de Filosofía, que está aquí, Alejandro–, o en otros espacios. Yo recuerdo que decía cosas muy polémicas, que incluso a algunos dirigentes de allí los crispaban, los preocupaban, porque Alfredo andaba por ahí diciendo cosas que no debía decir. Y yo sí quisiera remarcar el hecho de que Alfredo fue todo el tiempo un incondicional de la Revolución que él ayudó a construir; que él, en su propio pensamiento y en su propio actuar, toda la lógica de su diálogo con los más jóvenes tenía que ver con defender la construcción del socialismo desde el ideario martiano y desde un pensamiento marxista que se apropiaba de ese ideario martiano. Él creía y defendía profundamente el socialismo cubano, el socialismo ese tropical.
Yo después voy a leer ahí un fragmento final de lo que él escribió. Porque él estaba trabajando en un libro sobre Pablo Lafargue, y yo recuerdo que el propio Javier se tiene que acordar porque él hizo uno de los últimos trabajos documentados, de las últimas entrevistas de Alfredo, y yo recuerdo que Ramonet nos confesó a nosotros que Ramonet le decía a Alfredo: “Bueno, ¿qué te traigo?, porque yo sé que te gusta tanto el fútbol, o te gusta tal cosa.” Y Alfredo le decía: “No, no, tráeme libros de Pablo Lafargue porque en tal biblioteca yo leí que hay…” Entonces venía Ramonet cargado de libros a los Festivales; yo creo que por eso lo invitaba tanto a los Festivales, porque venía Ignacio cargado de libros para dárselos a Alfredo.
Y yo decía que en ese socialismo tropical, que él consideraba que era el socialismo que nos tocaba a nosotros y que debíamos construir, él creía profundamente en la capacidad creativa de los cubanos para buscar soluciones a los problemas. Eso más de una vez yo lo vi defenderlo. Él participaba, como protagonista que era, por supuesto, con profundo sentido de pertenencia del proceso revolucionario, y además por lo tanto lo criticaba con vehemencia. Yo recuerdo que él siempre nos decía a nosotros –Rubiel y los demás compañeros lo deben recordar– que la Revolución no era a veces las personas que la encarnaban, sino era todo el tiempo ese pensamiento fidelista de irse repensando, discutiendo todo lo que se hacía cotidianamente.
Quizás el ejemplo de eso, a mí me llama mucho tiempo la atención –el otro día estábamos hablando de eso– que el propio Alfredo esa visión crítica que tenía de la realidad del entorno lo llevaba incluso no solo a ser crítico con él mismo, sino con algo tan importante como el ICAIC que él fundó.
Yo recuerdo la profunda conmoción que significó para Alfredo la entrevista que le hicieron Xavier y Wood,porque yo me acuerdo que él me contaba que habían llegado con una maletica chiquita y que de pronto lo que él tenía que transportar en rastras para hacer una película, o hacer un documental, o hacer el propio Noticiero ICAIC del que estábamos hablando ahorita, eso ya se resolvía con una maletica de donde sacaban las luces, la cámara y todo eso, y que él creía,por supuesto, en la obsolescencia que ya tenía; no en la importancia del ICAIC, sino en la obsolescencia de la manera como estaba la rutina productiva, por lo tanto eso fue de lo que él también en los últimos tiempos habló mucho, de la manera de diseñar y de construir un nuevo modelo para la producción del cine nacional.
Y otro de los temas que yo quería mencionar es que a mí me llamó mucho la atención esa profunda capacidad, que no la tienen todas las personas cuando ya llegan a una edad, esa profunda capacidad que tenía de entablar un diálogo con la gente más joven, y esa capacidad que es quizás lo que sorprende a Elier y lo que uno percibe en los diálogos de una compilación de textos como esta de Dialogar, dialogar, que por cierto habíamos pactado para presentar justamente el día que murió Alfredo. Es decir, aquí en este salón íbamos a hacer la presentación de este libro el día en que lamentablemente murió, y tuvimos que hacerlo tres días después, que sirvió como homenaje a su desaparición y a su vida. Y siempre me llamó la atención esa capacidad para entablar esos diálogos con la gente joven, sin pretender que sabía más, o sin pretender ser como el abuelo sabio ese que quiere dar consejos, sino que él te oía todo el tiempo; tenía teorías propias que costaba trabajo rebatirle, pero era capaz de escuchar los criterios, de intercambiar, de confrontar sus opiniones, y cuando más feliz se sentía –yo lo recuerdo– era cuando uno tenía una opinión contraria, y te pedía que tú la defendieras.
Por ejemplo, a mí me resulta muy interesante –y por supuesto que el Festival ahora, lógicamente, se parece a Alfredo, pero se parce también a quienes lo hacen– que en los últimos años yo aprecié mucho que Alfredo fue intentando que el Festival se desplazara hacia el debate de ideas y hacia tratar de defender las causas latinoamericanas, que fueron –y él en más de uno de estos textos lo confiesa– la idea primigenia del Festival, poner a confluir a los cineastas de la cinematografía latinoamericana, pero ponerlos a confluir sobre todo para discutir, para debatir ideas. Y yo recuerdo, por ejemplo, que él convirtió el Pabellón en la 34, en la 33 edición, desde la 30, que tuvieron un espacio grande aquí en el Pabellón, lo convirtió en la sede para discutir el tema de Puerto Rico. Él decía que el Festival no podía abandonar la idea de Puerto Rico mientras que Puerto Rico no fuera libre, y que esa era una causa con la que él estaba comprometido.
Y yo recuerdo alguna vez, en una discusión que hubo entre jóvenes, alguien le dijo, de la gente del equipo de nosotros, le dijeron que le parecía muy aristocrático el Hotel Nacional para discutir estos temas allí, que había que buscar un lugar más popular para discutir. Y esa fue la idea de mover esos talleres para el Pabellón para que hubiera una confluencia.
Yo recuerdo, por ejemplo, en las últimas preparaciones de los Festivales, discusiones hasta muy tarde aquí en el Pabellón de qué talento poner, es decir, Alfredo pensando en qué música ponía, es decir, es una cosa que uno la ve muy ajena al pensamiento de Alfredo; pero Alfredo estaba muy interesado en conectar con la gente más joven.
Yo recuerdo que me dijo: “¿Cuál es el grupo que más se oye en Cuba ahora mismo?” Yo confieso que no veía mucho Piso 6, pero le dije: “Bueno, Alfredo la gente que está haciendo cosas más interesantes, inteligentes, que tiene más pegada es Buena Fe.” Y me dijo: “¿Y tú puedes hablar con ellos para yo conversar con ellos, para que vengan?”. Y yo le dije: “Sí, yo creo que se van a sentir honradísimos”. Y una tarde fue Israel a la Casa del Festival. Estuvieron conversando casi seis horas, es decir, y no estuvieron conversando a partir de la experiencia de Alfredo, es decir, no era Alfredo contándole a Israel –eso lo puede contar Israel mejor que yo– sobre sus experiencias, sobre la Revolución, sino era Israel contándole a Alfredo sobre sus experiencias con la juventud, sobre el momento que estábamos viviendo, qué hacer.
Y eso se convirtió en un lindísimo concierto que Israel preparó para la clausura de ese Festival de Música del Cine Cubano, de películas del cine cubano que luego se lo ha llevado a sus giras internacionales, lo vimos en Estados Unidos que fue una cosa inédita: empezó ese concierto en Miami cantando Cuba Vay todos los cubanos allí cantaban Cuba Va, y se ha hecho un grupo de giras con eso a partir de esa idea de Alfredo.
Yo había anotado muchas cosas quizás graciosas de quienes conocieron a Alfredo y terribles también de Alfredo. Él tenía conceptos muy particulares. Decía, por ejemplo, que para tener talento había que también tener un poco de diablo dentro, que él no creía en el talento real si no había detrás de eso una diablura. Además, lo graficaba. Y yo le decía: “Alfredo, no grafiques”. Y lo graficaba además con un grupo de personalidades de la Revolución Cubana, iba poniendo los ejemplos, y le decía: “En grandes entornos no pongas esos ejemplos”. Pero hablaba de cómo la Revolución había sido precisamente una especie de juego de ajedrez, y cómo Fidel siempre era el mejor ajedrecista que sabía dónde mover la pieza cuando nadie sabía dónde estaba. Esa admiración por Fidel siempre estaba presente.
Recuerdo cuando le presté dos libros, uno de ellos La contraofensivaestratégica. No durmió, estuvo dos días leyéndolos –me los pidió prestado, no los tenía–, y me mandó a buscar como un viernes o un sábado para decirme las angustias y las satisfacciones que tenía con esos dos textos que le presté, porque siempre además de la amistad extraordinaria que tenía con Raúl, siguió viendo en Fidel ese líder que se adelantaba a todo. Es decir, disfrutaba de hacer el cuento de esa rivalidad cuando él conoció a Fidel, de voy a ir a verlo allí a la Facultad y ver quién es, y entonces la manera cuando Fidel se enamoró de una muchacha de su Facultad él dijo: “Bueno, ya se embarcó, cayó en la hierba, ahora va a tener que venir a mi Facultad, y allí lo voy a estudiar, porque este, o es el más grande gángster o es otro Martí”. Y decía: “Y yo descubrí entonces que verdaderamente había descubierto a otro Martí”, y eso lo animó hasta…
Yo recuerdo los 31 de diciembre, que cumplía años, en los últimos 31 de diciembre, que yo lo llamaba, y él me decía: “Sí, ya, cuelga”,porque él estaba esperando otras llamadas que le alegraban mucho el 31 de diciembre, y esperaba, porque ese era su mejor regalo.
Recuerdo también cosas muy locas, muy graciosas. Por ejemplo, yo le decía: “Alfredo, ¿por qué nunca te pusiste una guayabera?”, porque estaba el debate ese, que ustedes vieron que él resolvió en la conversación con Amaury sobre el saco, y le preguntaba: “Alfredo, ¿por qué no te has puesto una guayabera?” Y me decía: “Bueno, es que la imagen que tengo de la guayabera es que apenas me probé una guayabera ya me imagino con un par de maracas y ya estoy en un trío…” (RISAS) Es decir, la cubanía para él estaba más en el pensamiento y en el ser que en esa marca quizás que identifica, maniquea hoy a los cubanos.
Y yo quería, antes de darle la palabra a Eusebio, leer –Eusebio, si me lo permites– un texto que a mí me parece revelador de que Alfredo sigue estandoen el futuro y va a seguir estando en el futuro para nosotros.
Alfredo me dijo una cosa muy terrible. Yo le agradezco mucho a Abel, porque en los días en que él estuvo enfermo, Abel logró que yo pudiera ver a Alfredo unas horas antes… Y yo recuerdo que la semana antes de morir, estuvimos conversando mucho sobre la impronta de la generación de la Revolución–es decir, sobre esto que a mí no me gusta mucho la palabra, pero que le llama Elier impronta–, y yo decía: hoy lo que vamos a tener es un diálogo con Alfredo y desde Alfredo.
Y yo le pregunté mucho sobre él, y él, en medio de la angustia esa, que era una angustia optimista; es decir, era una cosa muy rara, porque Alfredo tenía una angustia por el tiempo que le faltaba para hacer cosas, muy parecida a la que tenía Fidel en aquel encuentro con los jóvenes de la Asociación en el 2001, que dijo: “Lo que ustedes pueden hacer en veinte años yo lo tengo que hacer en cinco años”. Y Alfredo tenía esa misma idea, el poco tiempo que le quedaba para hacer cosas, y quería ver cosas terminadas. Esa fue una idea que lo movió mucho tiempo.
Y esa semana antes de morir, me dijo: “Yo creo que de nosotros no se hablará, de varios de nosotrosyo creo que habrá un tiempo que no se hablará”. Y yo le dije: “Alfredo, ¿Cómo vas a decir eso, tú no confías en nosotros? Me dijo: “No, esa es una cosa de la vida, no se hablará de nosotros en un tiempo; pero pasarán 30, 40 años, y se estudiará nuestra obra y se estudiará nuestra vida, y entonces nos pondremos de nuevo nosotros entre las generaciones que ya no será la tuya, serán la de tus hijos, la de tus nietos.” Yo por supuesto que no le creí y no le creo; pero, bueno, él tenía una visión muy particular de cómo iba a ser el futuro.
Y quería terminar con este bellísimo texto, que es el final de la conferencia de él, del encuentro que él tuvo en el Centro Cultural Padre Félix Varela, que es mucho más rica, y además unose da cuenta cuando la lee de la defensa de la Revolución a partir de la idea de la belleza que él mencionaba aquí y que mencionaba Elier para presentarlo.
Y decía algo que nos hace comprender por qué es importante hablar de Alfredo, leer a Alfredo y seguir defendiendo la obra de Alfredo. Dice:
“Si estuviera a mi alcance, me haría rodear de los Servando Cabrera Moreno los Raúl Martínez de esta época, e igualmente de los Alejo Carpentier, los Lezama y los Raúl Roa y los Gutiérrez Alea, Titón, y de los Humberto Solás, quiero decir, de los creadores del texto y la imagen, de los fascinadores, y con ellos inventaría una inmensa Catedral imaginaria, y entonces llamaría a Leo Brouwer, que está aquí, y con él a Silvio y Omara, y en esa inmensa Catedral –inmensa siempre porque sería la Patria– llamaría a iniciar otra Campaña de Alfabetización de la Conciencia en la que todos, con todos y para todos, martianos hasta la médula, nos comprometiéramos juramentados sin necesidad de juramentos, a salvar la Patria fortaleciéndola desde la unidad y la acción renovadora, cada quien desde su iglesia, estas, las que he mencionado y también las otras, pero no observadores desde un margen u otro, sino como protagonistas. De eso se trata: de protagonizar la nueva hazaña, esa que para mí, pretencioso como profeta, tendrá que generar en lo más hondo, esencial del alma, la solidaridad fraterna,fijar la mirada en el otro, dar sitio a la bondad y a la justicia que, entrelazadas, pudieran ser el amor y siempre la belleza que resume como iluminación iluminante.“Les hago un guiño que develo mezclando tantas cosas, la trinidad neoplatónica de Plotinode la Academia Florentina y Ficinocon los Lineamientos de Raúl, las proposiciones que contiene el texto en circulación para la Conferencia del Partido, las de mi Iglesia, menos renacentista de lo que quisiera fuera, y además en medio del Trópico, en medio de una tormenta que amenaza y un anticiclón que dice nos protege. Es un ajiaco.
“Recuerdo ahora una observación de Lezama que invitaba a mirar la Catedral desde un ángulo en que parece construida con o desde las olas, así de ondulada y marítima, parece que en homenaje a la Caridad del Cobre. Un blanquito, un negrito y un inditounidos se salvaron. Siempre un símbolo: en un pequeño, destartalado bote, todo unido, mestizado,nos define. Espiritual mestizaje del espíritu, no de las pieles, que no importan. Y es por eso que, para terminar, me serviré, distorsionándola, de una frase del mensaje de Fernando Martínez Heredia a nuestra intelectualidad: ‘No debiéramos aceptar dos Cubas en la cultura. Es que la cultura es la nación, la Patria y la identidad.’Y entonces, ese recurso repetido de Silvio: ¡Ojalá!
“No sé, me pregunto si en el Concilio-Conferencia de mi Iglesia- Partido se encontrará ocasión de que entre sus conclusiones aparezca una fórmula que haga apreciar que es posible un socialismo juvenil, desenfadado y bello, el único que puede lograr la eficiencia y la eficacia que solo se da en elsaber aplicado a partir de la persona, persona realizándose no en los supuestos cuadros, a menudo, no siempre, seleccionados sin esa cualidad. “Cada vez me convenzo más de que vale la pena recuperar, estudiar, exaltar a Pablo Lafargue, discípulo temprano, cercano de Marx, y cultor de vida plena, e introductor del trópico nuestro en menos templadas aguas. La liberación desalienante para cultivar lo espiritual y reservar alguillo para gozar.
“No habría modo de refundar el Socialismo sin desterrar la fealdad, la miseria y la ignorancia, enemigas imperialistas que se empeñan en invadirnos y que andan infiltradas. E insisto: habrá que desterrar la fealdad con la miseria cuando esté presente, y definitivamente la ignorancia que resiste;son rasgos incompatibles con el Socialismo. El socialismo tendrá que ser definitivamente Neo-Renacentista cultor de la Belleza. Es el socialismo en que creo, el que quiero.” (APLAUSOS)
*(Intervención de Luis Morlote Rivas, en el espacio Dialogar, Dialogar, de la Ahs, 23 de diciembre de 2015)
(Tomado del boletín se dice cubano de la UNEAC no 13)