EL ALZAMIENTO DE LAS VILLAS EN LA REVOLUCIÓN DE 1868

 

Rolando Rodríguez

 

La pugna por el poder entre hacendados y terratenientes cubanos, de un lado, y el poder metropolitano y la oligarquía peninsular, del otro, constituía en la isla, a finales de la década del 60 del siglo XIX, solo parte de un conflicto generalizado contra el régimen colonial.

En aquella sociedad, podían surgir ideas que condujeran a plantearse la liquidación de la esclavitud. Solo que estas tenían que ir anexas al problema esencial que dominaba los pensamientos progresistas cubanos: terminar ante todo con la camisa de fuerza del régimen colonial que limitaba la isla en lo político y lo económico. Serían por consiguiente ciertos grupos de hacendados y terratenientes los llamados a dar paso a una nación, cuyos rasgos esenciales ya estaban presentes y quienes simultáneamente le abrirían la puerta a una forma más progresista de producción. Pero para esto la independencia resultaba el eslabón fundamental del problema.

La explicación de la situación estribaba en la disparidad de las condiciones socioeconómicas y políticas entre las zonas del país, la occidental, la central y la oriental.  Esta situación tenía amplio reflejo en las ideas de una pequeña y radicalizada parte de la clase de los hacendados y terratenientes del levante de Cuba. Anclados como patriarcas en cantones de la zona, ayunos de poder político, bajo irritantes condiciones de exacción del sistema, proclamaron altivamente: «A España no se le convence, se le vence».

Hay que partir de que Cuba no constituía una entidad totalmente unificada, homogeneizada, la unían todavía muy pobremente la producción, los intereses recíprocos, las comunicaciones, un mercado, y su cultura estaba aún en vías de fusión.  Además, a una gran parte de quienes vivían en ella, los esclavos, no se les permitía siquiera libertad de locomoción y, otra, los campesinos sitieros tenían muy poco que hacer fuera de sus predios. Si era verdad que el mapa de occidente, estaba repleto de una industria manufacturera que le daba cierta integración y también cruzado por bastantes caminos, desde allí hasta Baracoa la situación resultaba  opuesta. Una zancada de siete leguas para cuajar la nacionalidad se lograría, precisamente, gracias al estallido revolucionario del 10 de octubre de 1868.

Apreciemos en detalle la situación: la diferencia en la población esclava, desde el Las Tunas hasta Guantánamo, permitía que el peso relativo de las dotaciones no obnubilase en tan gran medida la conciencia de la clase de los hacendados y terratenientes de la zona oriental del país, como a la de sus iguales de occidente y parte de Las Villas, para disponerlos a seguir cargando con el peso del régimen colonial. Por eso, podían mirar con mayor limpieza la situación. Hacia la fecha, mientras los esclavos del territorio al este del Jobabo eran aproximadamente 52 000 y los del Camagüey algo menos de 15 000, los de occidente montaban más de 300 000.[i] También resultaba cierto que sus ingenios eran más pequeños, al punto de que, mientras en occidente se producían más de 450 000 toneladas de azúcar (la región central de la isla aportaba unas 143 000), en los del este solo se acumulaban alrededor de 46 000,[ii] estaban cargados de deudas, se habían atrasado tecnológicamente y sus propietarios no podían modernizarlos y ampliarlos. Un dato lo ilustra. Mientras en occidente 829 ingenios empleaban como fuente energética la máquina de vapor, en la oriental solo contaban con esta 120; y en cuanto a los trenes de fabricación de azúcar, en tanto occidente disponía de 50 modernos (únicamente seis de ellos en la región central), en la zona oriental solo uno poseía tal utillaje.[iii]

Para mayor particularidad, algunos de los rasgos demográficos resultantes de las producciones de los territorios se acentuaban todavía más en unas jurisdicciones que en otras. En Bayamo, Manzanillo y buena parte de Las Tunas, la escasa población esclava y la inmensa mayoría de blancos hacía que se destacaran de Santiago de Cuba y Guantánamo. En esta diferencia tenía que ver que en aquellos la cría ganadera -a principios de la década, alrededor de 350 000 cabezas de ganado-, gozaba de mayor predicamento que la producción azucarera, para la cual solo disponían de unas 42 instalaciones, en su inmensa mayoría trapiches.[iv] En la jurisdicción de Holguín, con sus 16 molinos, de los cuales 11 eran trapiches,[v] si bien se acumulaba un buen número de esclavos, la mayoría blanca se volvía notable. En cuanto a Santiago de Cuba y Guantánamo, con sus 114 manufacturas azucareras, juntas tenían más esclavos (casi 42 000) que el resto de las jurisdicciones enclavadas entre Las Tunas y Baracoa (al pie de 11 000), y en ambos casos, su número resultaba superior a la cifra de población blanca con que contaban (algo más de 32 000 habitantes). Esto las diferenciaba respecto de sus vecinas. Con relación al Camagüey, aunque con un número casi el doble de ingenios y trapiches que las jurisdicciones de Bayamo, Manzanillo y Las Tunas, algo parecido a estas le sucedía en lo referente a la situación demográfica y social: tenía una baja proporción de esclavos (más de tres blancos por esclavo).

Además, desde 1867, sobre la isla había comenzado a desplegarse una nueva situación irritante: una crisis económica que provocaba una situación de angustia y rencores adicionales.

En cuanto a Las Villas, el Comité Revolucionario de Bayamo envió a la región a Luis Fernández de Castro. En Santa Clara había enemigos de España que se nucleaban en conciliábulos hostiles a la colonia en la farmacia de Juan Nicolás del Cristo, frente a la parroquial mayor.[vi] Estos eran abogados, ingenieros y médicos, como Miguel Gerónimo Gutiérrez, Eduardo Machado y Antonio Lorda. Pero, al parecer, sus trabajos todavía estaban tan sumergidos que Fernández de Castro no pudo encontrar su pista y su gestión fue infructuosa. Por cierto, no solo era en Santa Clara donde a esas alturas se conspiraba; también, en otros puntos de la región villareña.

Para entonces no solo la revolución seguía sin ceder, sino que se extendía. El territorio villareño era un hervidero apasionado de fuerzas en pugna. Si su población esclava resultaba menor que la de occidente, resultaba mayor que la de cada una de las dos regiones más allá del Zaza. Tampoco esto era uniforme en todo el territorio, Sagua la Grande al norte y Cienfuegos al sur, eran casi una prolongación en tenedor de las comarcas azucareras de Matanzas, mientras el valle de Trinidad y las montuosidades aledañas conservaban los restos de un antiguo esplendor hecho de azúcar y café. Esto quería decir, grandes concentraciones de esclavos. Sancti Spíritus, contiguo a este último territorio, parecía por el contrario una continuación del Camagüey aunque con mayor número de ingenios. No obstante, de conjunto, la población blanca en la región villareña, con ajustes por jurisdicciones, era mayor que la negra. Esto contribuyó a que los revolucionarios del epicentro cubano pudieran trasponer los temores a un Guárico.

Después de largos conciliábulos con la Junta habanera, que los había estado conteniendo para que la insurrección no llegara al territorio aledaño a sus intereses en occidente, el 6 de febrero de 1869 los villareños, hastiados de esperar, presionados por órdenes de arrestos libradas contra sus dirigentes, acudieron al campo del honor, y, al fin, se sublevaron. Aquel día la junta revolucionaria de Villa Clara se pronunció por la independencia en San Gil, en el lomerío próximo a Manicaragua,[vii] y una partida de rebeldes chocaba en las cercanías de este poblado con una columna volante española.[viii] El 7, en La Moza, entre Manicaragua y el Hoyo, la junta revolucionaria, bajo la conducción de Miguel Gerónimo Gutiérrez, redactó y firmó el acta de independencia[ix] y, desde entonces, consideraron ese como el día de la insurrección.[x] Poco después, los pronunciados tomaron Cumanayagua.[xi] También, el 6, Federico Fernández Cavada, antiguo teniente coronel del ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión de Estados Unidos, se pronunció en La Macagua, en las estribaciones de la sierra de Guamuhaya. Otros levantamientos se produjeron en las jurisdicciones de Cienfuegos, Sancti Spíritus, Remedios y Trinidad. En cuanto a la esclavitud, se acordó que se emanciparía a los esclavos que se incorporaran a las filas insurrectas.

El 7, el coronel Francisco Montaos, comandante general interino del departamento de Santa Clara, todavía repleto de incertidumbre a pesar de los numerosos elementos recibidos sobre el posible alzamiento, le informaba al general Dulce que este se acercaba. Así se lo hacían saber de La Esperanza, al darle parte de que habían inutilizado puentes ferroviarios del enlace con Cienfuegos; de Manicaragua, donde se conocía estaban reunidos los insurrectos; de San Juan de los Yeras, desde donde se informaba que el anuncio del alzamiento había aparecido escrito en las paredes; de Santa Isabel de las Lajas, en que ya se había producido un encuentro entre voluntarios movilizados e insurrectos, y de Malezas, en las cercanías de Santa Clara, donde una partida de insurrectos había asaltado una tienda y robado las armas que el dueño tenía para su defensa. También anunciaba que había sido interrumpido el telégrafo con la capital, y en Sagua la Grande el tren de Sancti Spíritus había recibido disparos.[xii] No se conoce qué mayores elementos necesitaba el coronel Montaos, para comprender que en los momentos de enviar su informe al capitán general no se preparaban los acontecimientos sino que ya, prácticamente, todas las jurisdicciones del territorio estaban envueltas en la lucha.

Ese mismo día, en una comunicación de un jefe de tropas también al capitán general se decía que en Nombre de Dios, a cinco leguas de Santa Clara, se habían congregado 500 insurrectos bajo la bandera independentista, y voluntarios que habían llegado cerca de La Esperanza (tomada ya por los mambises)[xiii] aseguraban que en San Juan de los Yeras había 3 000 alzados.[xiv] El día 8 el ataque a Jumento (más adelante Fomento) alertaba que la zona de guerra se extendía por momentos.[xv] Ya el 12 el comandante militar de Remedios, daría órdenes al jefe de unas fuerzas del batallón Tarragona y otras tropas dislocadas en Camajuaní, de marchar rumbo al paradero de Juan Andrés y a Santa Fe a batir las partidas que estaban en estos lugares.[xvi] En los días sucesivos se produjeron encuentros en Güinía de Miranda, el cafetal González, las inmediaciones de Jagüey Grande, en Monte Guayabal, cerca de Trinidad, y el ingenio Cuevas y serían atacados Santo Domingo y Chambas. El 17 los voluntarios de Mayajigua se rindieron a fuerzas mambisas.[xvii]

Como se observa, la insurrección en Las Villas no era resultado de una acción aislada sino de una concertación y toda la provincia aparecía moteada de alzamientos que de conjunto sumaban miles de insurrectos. Lo único, que la inmensa mayoría estaba mal armada o prácticamente desarmada.

Entre los dirigentes, se producían dudas. A pesar de que finalmente se pronunciaron contra la invitación a claudicar a cambio de una promesa de conceder la autonomía hecha por el coronel Montaos, algunos todavía se inclinaban a conformarse con la conquista de reformas. También estaban influidos por José Morales Lemus en otro punto: este, que les había asegurado la entrega de armamentos, les había recomendado que nunca avanzaran hacia occidente para evitar la sublevación de las grandes dotaciones de la zona.[xviii] Como es obvio, velaba porque no se produjera la emancipación.

El capitán general Dulce, al informar de la situación a Madrid, el día 8, apreció que el alzamiento era un «Plan combinado para toda la Isla» y que, según sus noticias, no solo se levantarían las jurisdicciones de Villaclara, sino también Vuelta Abajo.[xix] Ante los hechos, actuó rápidamente. El 10 de febrero le informó al jefe militar del departamento de Santa Clara, que con noticias del estallido de la insurrección había dispuesto «la marcha a ese territorio de un batallón de artiller y una sección de Monta y una compañia de Napoles por la Macagua», las cuales debían estar ya sobre los insurrectos.[xx] En efecto, cuatro días después, Montaos informaba a Dulce que la columna de artillería había tenido un encuentro con 2 000 alzados en Manicaragua.[xxi]

El 12 de marzo el general Carlos Roloff, de origen polaco, sufrió una dura derrota en las inmediaciones de San José de Potrerillo propinada por el entonces teniente del teniente Federico Capdevila.[xxii] Acompañaba a sus fuerzas la junta de gobierno del territorio villaclareño. Esa misma noche comenzó un debate sobre la estrategia a seguir.[xxiii] La alternativa resultaba: avanzar hacia occidente a sublevar las dotaciones o seguir la recomendación de Morales Lemus de no avanzar rumbo a occidente. Contra la segunda tesis se levantaron Eduardo Machado y Roloff, quienes propusieron la marcha al poniente. Pero triunfaron las tesis de evitarlo, de Miguel Gerónimo Gutiérrez, inicialmente anexionista, con conceptos primarios de preservación de la propiedad y horrorizado por la posible insurrección de la plebe, de la horda, que había movido siempre a los esclavistas, los reformistas y los anexionistas. De esa suerte, y como no habían recibido las armas prometidas, concluyeron que debían llevar fuerzas desarmadas, capitaneadas por Roloff, en dirección a la zona oriental, con el objetivo de conseguirlas de Céspedes y luego regresar.[xxiv]

La junta revolucionaria, junto a 1 200 o 1 300 hombres, echó a andar hacia la región oriental, en tanto en diferentes jurisdicciones villareñas quedaban partidas en son de guerra. Estas librarían rudos encuentros, a pesar de su inferioridad en armamentos, que a veces las haría batirse a pedradas o lanzando colmenas al adversario. Aquellas huestes, uno de cuyos refugios preferidos era las montañas de Siguanea, donde se producirían no pocas acciones y dejarían atónitas a las autoridades al enfrentar sus tropas desde Cartagena a Ciego de Ávila y de Remedios a Trinidad, en multitud de acciones. Notables resultarían la aplastante derrota de fuerzas del regimiento Tarragona en Loma de la Cruz, sede de una casa-capitanía de Malezas, y la destrucción de la columna del teniente coronel Portal.[xxv] Por su parte, las operaciones de Federico y Adolfo Fernández Cavada resultaban fácilmente advertibles, porque eran anunciadas por los incendios de cañaverales. El valle de San Luis o de los ingenios, en Trinidad, fue no solo testigo de las llamas, sino también de emboscadas y combates con las fuerzas españolas: en abril, las quintas de Cantero, Becquer y Carmen Iznaga y el ingenio Papayal, fueron escenarios de los mayores lances del momento y del triunfo mambí.[xxvi]La amenaza inmediata sobre Trinidad condujo al comandante general interino de la plaza, a solicitar que el general Peláez le enviara desde Cienfuegos urgentes refuerzos.[xxvii] También se producían encuentros en las proximidades de Arimao, San Blas, Yagruma, la loma de Pelo Malo, Manajanabo, Calabazar de Sagua, El Roble y las proximidades de San Juan de los Yeras, y Juan Díaz de Villegas atacó Cruces.[xxviii] Por entonces, después de ser atacados, Seibabo y Ciego Montero serían incendiados.[xxix] Como resultado, se puede establecer que, después de Potrerillo, se produjeron hasta finales de mayo medio centenar de acciones de diversa intensidad. Incluso, estas se extendían más allá de los lindes villareños, porque en junio el capitán general ordenaba al comandante del departamento de Santa Clara la persecución de una partida aparecida en Palmillas, Colón.

En las acciones desarrolladas participaban no pocos esclavos emancipados, porque los jefes mambises se encargaban de liberar cuantas dotaciones podían. Para ese instante, tal acción era el resultado de una política de guerra de los insurgentes. En la instrucción que Carlos Roloff, como general jefe de operaciones de Las Villas, dirigió el 22 de abril al brigadier Ramón Tristá, se le autorizaba a sublevar dotaciones.[xxx] Ahora aquellos ex esclavos estaban dispuestos a vender cara su piel. El capitán de partido de Yaguajay informaba, aquel mismo día 22 de abril, al teniente gobernador de la jurisdicción, que la tarde anterior se habían presentado en el ingenio Océano “dos negros armados” y, después de una refriega, uno de ellos había sido capturado y el otro había sido cercado en un cañaveral y finalmente apresado. Estaba herido de bala, y mordido de cinco perros “que á puñaladas puso fuera de convate». Añadía que, en la mañana, «el Capitán Comandte. de la fuerza», había dispuesto que el capturado fuese pasado de inmediato por las armas.[xxxi]

También se incorporaban a la insurrección los culíes chinos, que al fin encontraban la forma de escapar de su semiesclavitud. Un hecho revelador resultaría que el capitán del partido de Banao le informara al comandante general de Sancti Spíritus y Morón que el mayoral de finca Manaca había puesto en su conocimiento que la noche anterior se habían presentado allí y hecho fuego «unos chinos armados» que según dice habían robado «todo lo que pudieron».[xxxii]

En los últimos días de julio una comunicación de Francisco Vicente Aguilera, como secretario de Estado y Guerra, estableció a los fines de la organización del ejército que el «Estado de las Villas» comprendía los distritos de «Sto Espiritu, Villa Clara y Cienfuegos», y este último alcanzaba hasta Colón. Se designaba como general en jefe de Las Villas a Federico Fernández Cavada y de los distritos, respectivamente, a Honorato del Castillo, Salomé Hernández y Adolfo Fernández Cavada.[xxxiii]

El levantamiento villareño convenció a Dulce, de que los flojos cubanos no acabarían pronto con su algarada para regresar a sus casas, cuidar del gallo fino y la potranca, y tocar el laúd a la puerta del bohío de la guajirita amada. Se trataba de una verdadera guerra, no de un conato. Esta nueva insurgencia lo llevó a pedir de inmediato el envío de 6 000 soldados más, adicionales a los 5 000 en camino, y más recursos económicos para sostener la contienda.[xxxiv]

El 10 de abril de 1869, en el pueblo libre de Guáimaro, tomado por los mambises en noviembre del año anterior, se reunió la asamblea constituyente. Allí estuvieron presentes Miguel Gerónimo Gutiérrez, Eduardo Machado, Antonio Lorda, Tranquilino Valdés y Arcadio García, como representantes de Villaclara, y Honorato del Castillo, por Sancti Spíritus. Comenzaba a dársele forma de Estado a la nación forjada en medio de la guerra y Las Villas era parte de la República en armas.

 

[i]. Comité Estatal de Estadísticas: Los censos de población y Viviendas, La Habana, 1985, t. I, vol. 2, p. 112.

[ii]. Ramón de la Sagra: Cuba; 1860, Comisión Cubana de  la UNESCO,La Habana, 1960, pp. 137 y 138.

[iii]. Ibíd.

[iv]. Ibíd., p. 85; Ramiro Guerra: Guerra de los Diez Años, Editorial Pueblo y Educación,La Habana, 1968, t. I, pp. 33 y ss.

[v]. Ramón de la Sagra, op. cit., p. 138.

[vi]. Néstor Carbonell y Emeterio Santovenia: Guáimaro, Imprenta Seoane y Fernández, La Habana, 1919, p. 88.

[vii]. Eduardo Machado Gómez: Autobiografía, Universidad de La Habana, La Habana, 1969, p. 3.

[viii]. Hechos de armas acontecidos bajo el mando del general Dulce. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 124.

[ix]. Rolando Álvarez Estévez: Carlos Roloff Mialofky; ensayo biográfico, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1980, p. 38.

[x]. «De Miguel G. Gutiérrez, A. Lorda y Eduardo Machado Gómez, a la Junta Central Republicana de Cuba y Pto Rico», 10 de junio de 1869. UCLV/B, Fondo Coronado, t. XX.

[xi]. Emiliano F. Morales, Orlando García y Alina Puig: El brigadier José González Guerra: un héroe del 68. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2000, pp. 27 y 28.

[xii]. «Del comandante general interino del departamento de Santa Clara al capitán general», 7 de febrero de 1869. A/SHM, Documentación sobre cuba, caja 57; «Del comandante militar de Cienfuegos al comandante general de Santa Clara», 6 de febrero de 1869. A/SHM, Documentación sobre cuba, caja 101.

[xiii]. «Del capitán comandante del Tarragona al coronel comandante de Santa Clara», 20 de febrero de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 43.

[xiv]. «De Enrique [ilegible] al capitán general», 7 de febrero de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 43.

[xv]. Hechos de armas acontecidos bajo el mando del general Dulce. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 124.

[xvi]. «Del comandante militar de Remedios al capitán comandante de las fuerzas del Tarragona», 12 de febrero de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 92.

[xvii]. Hechos de armas acontecidos bajo el mando del general Dulce. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 124; Rolando Álvarez Estévez, ob. cit., pp. 44 y 45.

[xviii]. Raúl Cepero Bonilla, op. cit., p. 103.

[xix]. «De Domingo Dulce al ministro de la Guerra y Ultramar», 8 de febrero de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 2.

[xx]. «Del capitán general al comandante general de Santa Clara», 11 de febrero de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 43.

[xxi]. «Del comandante general de Santa Clara al capitán general», 14 de febrero de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 43.

[xxii]. «Diario de operaciones del Regimiento de Artillería a pié, 1er Batallón, 4ª Compañia». A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 2.

[xxiii]. Rolando Álvarez Estévez, ob. cit., p. 47

[xxiv]. Néstor Carbonell y Emeterio Santovenia, op. cit., p. 94.

[xxv]. «Del comandante general de operaciones de Cinco Villas al capitán general de la isla», 15 de julio de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 16; Ramiro Guerra: Guerra de los Diez Años. La Habana, t. I, p. 262.

[xxvi]. «Del teniente coronel 1er Jefe del batallón de voluntarios de Trinidad al capitán general», 16 de abril de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 3.

[xxvii]. «Del general Peláez al capitán general de la isla», 17 de abril de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 18.

[xxviii]. Hechos de armas acontecidos bajo el mando del general Dulce. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 124.

[xxix]. «Diario de operaciones del Regimiento de Artillería a pié, 1er Batallón, 4ª Compañia». A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 2; «Del coronel jefe de la columna Bon. Cazadores de Andalucía al Comandante General de las Cinco Villas», 13 de junio de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 19.

[xxx]. Autorización del general Carlos Roloff al brigadier Ramón Tristá, 22 de abril de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 43.

[xxxi]. «Del capitán de partido de Yaguajay al Teniente Gobernador de la Jurisdicción», 22 de abril de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 43.

[xxxii]. «El capitán del partido de Banao al comandante general de Sancti Spíritus y Morón», 21 de enero de 1870. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 3.

[xxxiii]. «De Francisco Vicente Aguilera a Federico Fernández Cavada», 28 de julio de 1869. A/SHM, Documentación sobre Cuba, caja 43.

[xxxiv]. «De Dulce al ministro de Ultramar», 8 de febrero de 1869. AHN/U, leg. 4933, expte. 3.

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Historiador, investigador, papá de María Fernanda y Alejandra
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