Qué es ser revolucionario en Cuba hoy

Por: Raúl Antonio Capote

«La Revolución es un niño que persigue a una mariposa,
no importa si la atrapa… en el intento se yergue el humano
y apunta al infinito» (J.C. Mariategui)

¿Cómo será esa sociedad futura con la que sueñan los revolucionarios de todos los tiempos profesor? Preguntaba un estudiante de Pre Universitario. El debate pintaba álgido, como es común en los encuentros con muchachos de esa edad en Cuba.
Ese día había comenzado el conversatorio con el tema del libro Enemigo, “La guerra de la CIA contra la juventud Cubana” y poco a poco tomó otros senderos. Los muchachos preguntaban a ráfagas, inquietos, sin cortapisas, el auditorio vibraba.
El estudiante de la pregunta esperaba respuesta y una decenas de manos se alzaban, la interrogante me daba la oportunidad de soñar en vivo, eso les dije, vamos a soñar en vivo, vamos a visualizar ese mundo futuro sin explotadores ni explotados, una sociedad donde el hombre establezca relaciones basadas en el amor con sus semejantes y con el medio, con la naturaleza, donde la principal ocupación del ser humano- como dijo Carlos Marx- sea la vida y no la producción de los medios de vida, una sociedad verdaderamente libre, desenajenada, donde el hombre esté libre de la pobreza material y espiritual. Donde la vida sea una aventura llena de dicha y esperanza.
Los muchachos escuchaban en silencio, una chica alzó de pronto su brazo, no esperó que le dieran la palabra y preguntó:
Profe si esa sociedad es tan hermosa ¿Por qué no la construimos y ya, por qué no la hacemos, por qué hay gente que se opone a ella? Y una decena de por qué lanzados al hilo, apasionadamente, sin pausa. Sus ojos brillaban, su pecho latía acelerado, podía sentir la tensión. ¿Por qué hay pobres que se oponen a la revolución? ¿Por qué hay pobres que votan contra Chávez en Venezuela? ¿Por qué hay personas en Cuba que añoran el capitalismo?
No es nada fácil, dije, debemos dar batalla en el alma de los hombres, la dominación vive en el alma y es allí donde se necesita una verdadera revolución, una sanación que cure al ser humano de lastres bien pesados, de esos mecanismos sembrados en el subconsciente durante siglos.
Es imprescindible comprender el alma de los hombres porque es allí donde se gana la batalla por la construcción de esa sociedad futura, olvidar eso ha costado caro, el hombre no es un simple componente de una clase social, no es un tornillo, no es una arandela.
Hay que conocer las necesidades de la condición humana, no basta con satisfacer las necesidades materiales, no basta con eso, el hombre trascendió la condición de animal y se hizo lo que es hoy. La única forma en que podemos lograr que establezca nuevas relaciones que no se basen en el egoísmo, que sobrepasen la mera satisfacción personal por encima de la colectividad, no puede ser el binomio sumisión-poder, es respetando esa individualidad, es mediante el amor.
Todos los grandes revolucionarios de la historia han predicado el amor, el amor ha estado en el centro de sus luchas desde Cristo hasta el Ché. Fidel hizo del amor el centro de su acción revolucionaria, el internacionalismo, esos hombres y mujeres capaces de dejar atrás familia, comodidades, vida privada, para ir a selvas, desiertos, montañas y pantanos insalubres, en cualquier lugar del mundo, a socorrer, a salvar, a sanar, a enseñar, a entregar la vida por la libertad de otros hombres, sin mediar otra cosa que la solidaridad, que la satisfacción de servir a los demás eso solo se puede hacer desde una práctica revolucionaria basada en el amor.
José Martí en el prólogo Cuentos de hoy y mañana de Rafael Castro Palomino, escribió ¿Quién no ha sentido, una vez al menos en la vida, el beso del Apóstol en la frente y en la mano la espada de batalla? ¿Quién no se ha levantado impetuoso, y retrocedido con desmayo, de ver cuanta barrera cierra el paso a los que sin más caudal que una estrella en la frente y un himno en los labios, quieren lanzarse a encender el amor y a pregonar la redención por toda la tierra?
Lanzarse a encender el amor, de eso se trata, lanzarse con la estrella en la frente y el himno de la redención en los labios a liberar al hombre de sus ataduras, de su prisión, librarlo de las cadenas.
El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor les cité al Ché
Pero ella volvía a la carga con sus por qué, ahora con el apoyo de un gran círculo que la rodeaba y apoyaba sus preguntas:
Si, es verdad, pero no entiendo por qué la gente, como le ponía el ejemplo, vota en contra de medidas que le benefician, vota en contra de gobiernos que les representan y que hacen tantas cosas buenas, basadas en esa prédica de amor que usted bien señala.
El coro que le rodea más que pedir exige respuesta, trato de darla de manera que se me entienda y que toque los corazones de los estudiantes.
Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza, y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es hija de las tinieblas, pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción Eso dijo un gran hombre, un gran Latinoamericano Simón Bolívar.
Sobre el ser humano pesan siglos de engaño, engaño que con la llegada de los medios masivos de comunicación y las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones ha tomado caracteres verdaderamente apabullantes. En un mundo de cultura intencionalmente banalizada, donde son demonizadas hasta la insensatez, revoluciones como la cubana, proyectos como el venezolano, figuras como las de Fidel y Chávez, donde Lenin y la Revolución Bolchevique que lideró, son sepultados bajo montañas de lodo, donde se vende la imagen de un modelo de capitalismo, el de los EEUU, como ideal de sociedad humano.
Es una lucha difícil, es una batalla de ideas, es una guerra que está ocurriendo en la mente de los hombres, ese enemigo está dentro y fuera de nosotros., como les decía minutos antes, es una lucha para sanar el alma.
Volvamos a Carlos Marx “Las ideas de las clases dominantes son en cada época las ideas dominantes, es decir que la clase que tiene el poder material dominante en la sociedad tiene también el poder ideológico dominante. La clase que dispone de los medios de producción materiales dispone al mismo tiempo de los medios de producción ideológicos, de tal modo que las ideas de aquellos que carecen de los medios de producción están sometidas a la clase dominante. Las ideas dominantes no son sino la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, son esas mismas relaciones materiales bajo la forma de ideas, o sea la expresión de las relaciones que hacen de una clase la clase dominante; en otras palabras, son las ideas de su dominación”.
Entendemos entonces, que el principal obstáculo que se opone a la liberación es el dominio ideológico, que se expresa como un carácter, como una conducta, que impide que los desposeídos tomen conciencia y se conviertan en transformadores, en revolucionarios.
No es con los misiles, no es con ejércitos, no es con fuerzas policiales solamente con lo que garantizan el dominio, las defensas del capital están en el inconsciente de los individuos y son más poderosas que el arma más moderna desarrollada por la complejo militar industrial, hacen que los dominados actúen en contra de sus intereses y defiendan gobiernos que les avasallan.
Es lo que hace que personas liberadas por una revolución, desdeñen el modo de vida digno en que se mueven y añoren la esclavitud. Es difícil liberarse del sueño narcótico del consumo y del individualismo atroz.
Inspirado en el debate del día les escribí a los estudiantes lo siguiente:
Ser revolucionario, desde que la burguesía apoyada en las grandes masas de campesinos y desposeídos de las ciudades y pueblos tomó el poder, convirtiéndose en clase explotadora de esas mismas masas, a las que esclavizó de una forma más férrea, a las que ató con cadenas más sólidas, ser revolucionario es en primer lugar ser anticapitalista.
No existen diferencias de principios entre las distintas generaciones de revolucionarios, quizás algún matiz superficial nos distinga, pero nada profundo, nada decisivo nos separa.
En un conversatorio que sostuvimos recientemente con un grupo de profesores universitarios, una colega muy joven planteó que a ella no le agradaba la palabra socialismo, ante la respuesta exaltada de algunos de los presentes, pedí calma y le dije a la muchacha, mira yo te voy decir cuál es el mundo en el que quiero que vivan mis hijos y nietos, si no estás de acuerdo con alguna de las cosas que voy a enumerar, lo dices con claridad y comencé: quiero un mundo en que todos los seres humanos tengan igualdad de posibilidades, quiero un mundo donde impere la justicia, la libertad, un mundo donde se proteja la naturaleza, no se discrimine a los seres humanos por su raza, género, orientación sexual, donde el egoísmo no sea el motor que mueva a los hombres y mujeres sino la solidaridad, quiero un mundo donde conquistar el máximo de felicidad posible para todos, sea el objetivo central del trabajo, donde los hombres laboren con el placer de creadores y no de esclavos, un mundo sin hambre, sin analfabetismo, quiero un mundo que su ley primera sea el culto a la dignidad plena del hombre.
Vale la pena resaltar, le agregué, que la lucha de los revolucionarios es por modificar las condiciones de producción que hacen del trabajador un ser enajenado, un infeliz. En otras palabras, la lucha del revolucionario es la lucha por la felicidad humana.
La muchacha dijo estar de acuerdo con todo, le dije bueno mira para nosotros eso se llama socialismo, llámalo tu como desees, pero así se llama y te digo más los revolucionarios no solo soñamos ese mundo sino que luchamos por él, lo construimos y defendemos incluso al precio de la vida si es necesario.
Soñamos un mundo sin clases sociales, donde el estado se extinga un día por innecesario, una vez que ese mundo posible sea construido, los revolucionarios de todas las generaciones llamamos a ese sol del mundo moral, material y espiritual al que llegaremos un día, si antes el capitalismo no extermina al planeta, comunismo.
En la sociedad capitalista el hombre vive una ilusión de libertad, una enajenación que lo hace cada vez más solitario. Entre mercancías, que eso es el hombre del capitalismo, no puede haber solidaridad, todo está basado en el egoísmo producto de la defensa de los intereses individuales.
La soledad de un hombre aplastado por la maquinaria productiva y de comercio es el signo del capitalismo, es el ser humano enajenado sometido a una violenta maquinaria propagandística, asediado día y noche, rodeado de cantos de sirena, manipulado y compulsado a comprar, comprar y comprar, cosas a las que muchas veces no puede acceder, objetos que además no necesita para nada. La situación del hombre en el capitalismo subdesarrollado depreciado su valor mercantil a cero, es aún peor.
El miedo natural del hombre a aventurarse en el mundo desconocido de la libertad, es explotado sagazmente por el capitalismo, el hombre que descubre su conciencia tiene ante la libertad dos caminos, renunciar a su yo a cambio de la tranquilidad del útero protector o emprender el camino de lo desconocido y defender su derecho a crecer. O regresar al sosiego perdido, pagando como precio su individualidad y establecer relaciones basadas en el egoísmo con los demás o se declara libre y se arriesga a cambiar el mundo y construir relaciones basadas en el amor.
Los revolucionarios soñamos, pero no vivimos en las nubes, soñamos pero construimos, dijo Carlos Marx “sea la vida y no la producción de los medios de vida. Cuando el hombre haya construido una forma racional, desenajenada de sociedad, tendrá la oportunidad de comenzar lo que es el fin de la vida: El despliegue de las fuerzas humanas que se considera como el fin en sí, el verdadero reino de la libertad. Es decir una sociedad donde el hombre esté libre de la pobreza material, de la pobreza espiritual”.
Ser revolucionarios en la Cuba de hoy es creer en ese mundo futuro, esa sociedad superior, es creer que lo imposible se hace posible, cabalgando sobre el sueño, haciéndolo realidad día a día, poniendo ladrillo a ladrillo, beso a beso, sudor a sudor en ese camino a utopía, que para los no revolucionarios es quimera, absurda ilusión irrealizable.
“La humanidad no persigue nunca quimeras insensatas ni inalcanzables; la humanidad corre tras de aquellos ideales cuya realización presiente cercana, presiente madura y presiente posible. Con la humanidad acontece lo mismo que con el individuo. El individuo no anhela nunca una cosa absolutamente imposible. Anhela siempre una cosa relativamente posible, una cosa relativamente alcanzable. Un hombre de una aldea, a menos que se trate de un loco, no sueña jamás con el amor de una princesa ni de una multimillonaria lejana y desconocida, sueña en cambio con el amor de la muchacha aldeana a quien él puede conseguir. Al niño que sigue a la mariposa puede ocurrirle que no la aprese, que no la coja jamás; pero para que corra tras de ella es indispensable que la crea o que la sienta relativamente a su alcance. Si la mariposa va muy lejos, si su vuelo es muy rápido, el niño renuncia a su imposible conquista. La misma es la actitud de la humanidad ante el ideal. Un ideal caprichoso, una utopía imposible, por bellos que sean, no conmueven nunca a las muchedumbres. Las muchedumbres se emocionan y se apasionan ante aquella teoría que constituye una meta probable; ante aquella doctrina que se basa en la posibilidad; ante aquella doctrina que no es sino la revelación de una nueva realidad en marcha, de una nueva realidad en camino”. Bello texto de Mariátegui.
Los revolucionarios debemos apasionar, conmover, hacer participes a todos, revelar esa nueva realidad en marcha, enseñar nuestra doctrina, basada en la posibilidad, en la ciencia y en el amor a la vida, a los seres humanos, a la naturaleza. Esa doctrina de fe en el hombre, de amor profundo, de entrega y solidaridad.
Solo hombres y mujeres armados de grandes dosis de amor y de confianza en los seres humanos podrán construir ese mundo.
Hay quienes dicen «Bueno soy revolucionario, pero…» Se es o no se es, no hay peros, quien comulga con el capitalismo, quien alaba y celebra ciegamente sus “éxitos”, quien lo propone como solución a los problemas de la humanidad, problemas que son, la mayor parte, producto de su existencia misma, no es revolucionario y no estoy negando las leyes de la dialéctica, porque si negara el desarrollo estaría negando lo que soy y lo que creo. Nadie dijo que se trataba de borrón y cuenta nueva, estamos en el camino que escogimos y defendemos, el socialismo con sus cargas de lo pasado y su génesis de futuro.
Creo que sería oportuno y más que oportuno necesario, regresar a los clásicos, a los textos originales de Marx y de Engels, no a los manuales retóricos y dogmáticos del estalinismo, no a los textos tergiversados o manipulados con fines obscuros, que nada tienen que ver con el sueño de construir un mundo mejor. Se hace necesario estudiar el pensamiento marxista latinoamericano, el pensamiento político de los grandes humanistas y revolucionarios de nuestra gran patria grande y del mundo, nutrirnos de las ideas más avanzadas de hoy, de la ciencia, de la economía, de la política, de la sociedad.
Para los cubanos de hoy no se puede ser revolucionario y no ser comunista, ese es el credo que defiendo. Si alguien me llama estalinista se equivoca, porque nada tiene que ver con mis ideas, soy leninista, marxista, martiano y fidelista; en fin un revolucionario cubano, pero si me piden que no sea necio y que acepte los “aires nuevos”, les advierto que tengo un buen olfato para identificar los viejos malos olores del sistema que haremos caer por fuerza de ley del desarrollo y por el combate revolucionario.

Acerca de Dialogar, dialogar

Historiador, investigador, papá de María Fernanda y Alejandra
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