Indira Fajardo Ramírez
(Versión ampliada de su intervención en el espacio dialogar, dialogar de la AHS)
Las siguientes líneas intentan exponer el modesto punto de vista de una generación resultado de la puesta en práctica de las premisas que han identificado a nuestra política cultural por más de 50 años. Por lo que no será un ligero recordatorio de la connotación que ha tenido este discurso a lo largo de estas décadas de Revolución.
Toda vez que releo Palabras a los intelectuales me convenzo de que no puede ser vista, únicamente, como la plataforma para sedimentar las bases de la creación artística en el país y lo mantengo en presente porque creo que ahora es el mejor momento para sostener un diálogo de esta índole con los creadores noveles en sus códigos, con su lenguaje y a nuestra manera. Creo que aun cuando los reunidos aquel día en la Biblioteca Nacional ciertamente en su mayoría eran artistas y creadores, las palabras de Fidel no están destinadas solamente a ellos, su alcance es inclusivo, porque si analizamos su contenido el núcleo fundamental de todo eso es cómo beneficiar al pueblo y hacer emerger una identidad propia y en ese empeño no solo los artistas y creadores tenían (tienen) una responsabilidad sino también el maestro, el estudiante, el obrero , el campesino , en fin la sociedad en su conjunto. De ahí que poner este discurso a conocimiento y entendimiento del pueblo y de las generaciones sucesoras a las que lo protagonizaron, no es solo una garantía para entender el camino que hemos transitado con sus proyectos de impacto social y procesos culturales, sino que ha sido también una manera de compartir responsabilidades entre todos los implicados en contribuir al desarrollo social de la nación con la cultura como bandera.
A la hora de organizar las ideas que quería transmitir, confieso que encontré mayores luces en la intervención de Retamar al cumplirse los 40 años de Palabras…., después de pasar por las de Graziella y Armando Hart en el 30 aniversario y más recientemente las de Fernando Rojas y Jaime Gómez Triana.
En principio, para ser coherentes, hay que poner el hecho que nos ocupa en contexto. Un mapeo rápido nos permite identificar la vorágine histórica en medio de la cual se sostiene este encuentro con los intelectuales. Por un lado transcurría la Campaña de Alfabetización, se alcanzaba la Victoria de Girón y la Revolución con apenas dos años de triunfo no renunciaba a su derecho a existir en beneficio de todos. En este escenario también nacían la mayoría de nuestros padres y esto, a mi juicio, se sitúa por sí mismo en un punto importante para cualquier análisis posterior que pueda hacerse sobre Palabras a los intelectuales.
Los que entonces eran niños en el ´61 fueron, digamos, la materia orgánica para la implementación de los principios que se defendían en la política cultural resultante de aquel encuentro. El acceso democrático de todos a la cultura (desde una visión mucho más profunda que trasciende lo artístico) abrió el camino no solo a la satisfacción espiritual de la población sino a la sedimentación de un pensamiento de nación en el que todos por igual tendríamos las mismas oportunidades.
El descubrimiento…
Como mucho soy hija de la generación que nacía o era muy pequeña cuando sucedió este encuentro por lo que solo tenemos referencia de él por las publicaciones que se han hecho y por los recuerdos de algún protagonista que vivió aquellas intensas jornadas.
Al recorrer las diversas evocaciones que se han hecho de Palabras a los intelectuales, sobre todo en los aniversarios cerrados, no dejo de pensar en que hacía en esos años.
Al cumplirse los 30, mi generación apenas contaba con 4 o 5 años de edad, lo que quiere decir que mientras Graziella Pogolotti y Harmando Hart, entonces vicepresidenta de la Uneac y ministro de Cultura respectivamente, intervenían en el acto realizado en la Biblioteca Nacional en recordación de este aniversario; nosotros cursábamos tranquilamente los primeros años de la escuela primaria sin plena conciencia, en algunos, de los difíciles momentos ideológicos que la coyuntura imponía para el país y en los que aun así los creadores y artistas volvieron a dialogar a ya no sobre la base de sueños, sino de realidades materializadas.
En el 2001, a cuatro décadas de pronunciado Palabras… cursábamos la secundaria y puedo asegurar que existía esa misma distancia entre los adolescentes que se formaban en las aulas y los debates que por ese entonces abordaban los destinos culturales del país y su entretejido espiritual.
Como profesa un dicho popular, quien no conoce su historia está condenado a repetirla, y en esa reiteración muchos sin conciencia formamos parte de un proyecto que pensábamos nuevo, espectacular, único de su tipo: la formación de instructores de arte.
Si los que iniciábamos la formación hubiéramos conocido del discurso mucho antes, estoy convencida de que se hubiese comprendido mejor la dimensión de la profesión. Cada etapa de apertura del programa respondió a una coyuntura desde el ´61 hasta el 2014. Unos con resultados excelentes otros no tan felices, pero creo que lo grande de esa obra está en que ha perdurado en los años de Revolución como una conquista que el pueblo, como mayor beneficiado ha agradecido siempre.
La relectura de Palabras…
Comencé a entender este discurso algo tarde o quizá fue en el momento en que tenía cierta madurez para entenderlo. Ocurrió en el décimo aniversario de la Brigada José Martí. Desde ahí tuve plena convicción en primer lugar de la grandeza de Fidel, no por la elocuencia ni la firmeza en sus palabras, sino porque desde su sinceridad logró ser escuchado. En ningún momento juega a pretender saber más que sus interlocutores, establece un equilibrio en el que los hombres de gobierno y agentes de la Revolución están a la altura de los creadores y artistas porque realizaron la Revolución como obra mayor. Por tanto invita a dialogar y construir un pensamiento en el que cultura y Revolución vayan de la mano.
En el entendido de que el concepto, la significación y valía de Palabras a los intelectuales, a mi consideración, no está únicamente en los principios que se quedaron definidos para sustentar, lo que luego sería nuestra Política Cultural, sino que va más allá. Va hacia entenderlo como el proceso de construcción de un país en el que había que consolidar un profundo pensamiento de nación, desde dentro.
Pero también deja claro algunos conceptos que a veces se pierden o no se tienen mucho en cuenta porque las interpretaciones tienden a ceñirse únicamente a la traída y llevada frase “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
Lo primero que me gustaría significar es que a lo largo del discurso la palabra Revolución en sí misma adquiere un mayor significado y dimensión. Fidel hace que la Revolución tome un verdadero sentido para los creadores y artistas allí presentes y no escatima en dar explicaciones, la pone en el centro del análisis de manera positiva, como a su juicio debía verse. Y no puede pretender que se entienda el sentido de la Revolución si no se tenía conciencia de lo que es ser revolucionario por eso pueden encontrarse ambos conceptos, atemperados a la coyuntura, unidos párrafo tras párrafo de manera sincera y coherente. No creo que el momento exigiese que se hablara de otra manera porque necesariamente había que comprometer a todos los que estaban viviendo ese proceso radical a trabajar para el pueblo y a brindar su arte al pueblo hasta convertirlo en el principal creador. En este sentido me gusta recordar el fragmento que menciona:
Hay que esforzarse en todas las manifestaciones por llegar al pueblo, pero a su vez hay que hacer todo lo que esté al alcance de nuestras manos para que el pueblo pueda comprender cada vez más y mejor.
Nadie puede dudar de este principio como valor indispensable de una Revolución que busca aunar voluntades para beneficiar a las masas.
Cabría pensar en las responsabilidades y compromisos de un revolucionario de estos tiempos – sobre todo desde la cultura – para tener más clara la realidad que debemos cambiar.
Por otra parte, releyendo Palabras… se pueden encontrar deudas que aún no están lo suficientemente saldadas con el futuro de ese entonces que hoy son nuestros padres y nosotros mismos. Y me refiero específicamente a contar mejor la Revolución como proceso logrado y vivido por sus propios protagonistas. Ese tiene que ser el referente para que las generaciones presentes sepamos no solo contarla al futuro, sino escribir nuestra propia historia.
Después de los acontecimientos que por estos días le han dado un mayor protagonismo al país y a nuestra sociedad en su conjunto y teniendo en cuenta todo lo que traerá consigo, creo que más que nunca hay que sistematizar el diálogo con los profesionales de la cultura de manera general que permita repensar el país que tenemos y el que queremos, sin temor a que la posteridad sea quien diga la última palabra.