El 17D: secuencias y consecuencias

(Tomado del blog Catalejo de la Revista Temas)

Con el fin de seguir contribuyendo a la comprensión de la relación Estados Unidos-Cuba, Temas sometió a un selecto grupo de investigadores de ambas orillas este breve cuestionario, dirigido a estimar los desafíos del 17D y sus posibles secuencias, a corto y mediano plazos. Se inicia la publicación de esta serie en Catalejo, el blog de Temas, el 5 de enero, vísperas del aniversario 54 de la ruptura de relaciones diplomáticas. Con la intención de ampliar su alcance internacional, el contenido de esta serie comenzará a editarse también en inglés en los próximos días.

William Leogrande
Profesor. American University, Washington DC.

¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían clave?

La nueva relación entre Cuba y los Estados Unidos, anunciada por los presidentes Obama y Castro, representa una ruptura decisiva con el pasado. Desde 1959 (con excepción de los breves intentos por normalizar relaciones en los años 70), la política norteamericana se dirigió a forzar el cambio de régimen en Cuba mediante la coacción económica y, en ocasiones, incluso militar. El presidente Obama abandonó esta política y la sustituyó por el compromiso y la normalidad.

El paso decisivo hasta ahora es el acuerdo para establecer relaciones diplomáticas normales, no por el cambio en el funcionamiento de las dos misiones diplomáticas (secciones de intereses), sino porque simboliza un cambio más profundo en la política norteamericana.

Los próximos pasos incluyen establecer una serie de acuerdos bilaterales sobre cuestiones de interés mutuo (antidrogas, antiterrorismo, cooperación entre guardacostas, etc.), que estaban suspendidas por el impasse en torno a Alan Gross y los Cinco cubanos. A partir de aquí enfrentamos la difícil tarea de terminar el embargo, núcleo de la vieja política de coacción norteamericana. Este cambio requiere una nueva legislación; y será difícil, tanto por la resistencia de un Congreso republicano, como porque ambas partes deben alcanzar un acuerdo negociado sobre la compensación a las propiedades norteamericanas nacionalizadas y las reclamaciones cubanas por los daños causados por el embargo y la guerra secreta de la CIA. Finalmente, otras políticas norteamericanas que representan rezagos del pasado requerirían cambiarse: Radio y TV Martí, los programas de promoción de la democracia, el Programa de Visas Bajo Palabra para Profesionales de la Medicina, y la base naval de Guantánamo.

El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

Cincuenta años de enfrentamientos han creado una profunda desconfianza en ambos lados, que tomará tiempo superar. A nivel interno en los Estados Unidos, la normalización de relaciones reducirá el poder político de los conservadores cubanoamericanos que han gozado del beneficio de la confrontación. Reforzará a los sectores moderados y progresistas de la comunidad cubanoamericana, que favorecen mejores relaciones y cuyas voces se han hecho sentir más en los años recientes. En Cuba, la amenaza planteada por los Estados Unidos ha fundamentado la lógica de un sistema político que, de arriba abajo, ha sido intolerante con el disentimiento e incluso receloso de la crítica patriótica. El resultado ha sido un inadecuado “falso consenso”, que dificulta un debate profundo de los problemas y entorpece sus soluciones.

Cuba ha tenido una mentalidad de fortaleza sitiada porque ha estado bajo asedio. Quizás la normalización de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos conduzca hacia una normalización del debate político y la discrepancia en Cuba.

El mejor camino para estos cambios positivos de la política interna consiste en la interacción entre la gente común, la que en los años más recientes ha fomentado la escena política para los cambios en las relaciones de gobierno. Los dos gobiernos deberían mantenerse al margen de estas interacciones. En particular, el gobierno de los Estados Unidos debería dejar de intentar manipular la política interna cubana mediante programas encubiertos de promoción de la democracia. Estos programas deberían sustituirse por otros abiertos y transparentes, que apoyen las auténticas interacciones pueblo a pueblo. El gobierno cubano debería dejar de lado el recelo, y abrirse más a la expansión de los intercambios auténticos, incluso si estuvieran apoyados por el gobierno de los Estados Unidos.

¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

Resulta evidente que una causa del cambio en la política norteamericana fue la presión de América Latina. La tensa relación entre los Estados Unidos y el resto del hemisferio en torno a la cuestión de Cuba amenazaba con afectar el proceso de la Cumbre y quizás incluso al sistema interamericano en su conjunto. Al cambiar la política hacia Cuba, Obama ha restaurado el prestigio norteamericano y su liderazgo en el hemisferio. La nueva relación entre Cuba y los Estados Unidos también puede acelerar la reintegración de Cuba a la comunidad interamericana, proceso ya muy avanzado, como han demostrado su papel en CELAC, ALBA y el CARICOM.

¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

Las dos sociedades deben estar mejor preparadas para la nueva relación entre los dos gobiernos. En primer lugar, porque las sociedades nunca estuvieron tan separadas y hostiles entre sí como los gobiernos; y en segundo, porque ambas han interactuado entre sí durante los últimos años mucho más que los gobiernos. El peligro para Cuba consiste en la enorme desproporción de tamaño y poder entre los dos países. Con las relaciones normales, sobrevendrá un repunte del flujo de visitantes norteamericanos; y cuando se levante el embargo, una avalancha de comercio e inversión. Cuba hizo una revolución en 1959 para liberarse de la dominación norteamericana. ¿Se restablecería esta dominación mediante el “poder suave” (soft power), cuando las compuertas de los viajes, el comercio y la inversión se abran? La principal salvaguarda para la Isla radica en el intenso orgullo de los cubanos por su independencia, y su disposición para defenderla.

Como dijo el presidente Obama, los ciudadanos norteamericanos son a menudo sus mejores embajadores; pero, en ciertas circunstancias, también pueden ser “americanos feos”. Son bien conocidos los problemas sociales acarreados por el turismo, especialmente en los países pobres, y Cuba ha sufrido algunos de ellos. Existe el peligro de que, en su encuentro con la sociedad cubana, los visitantes ricos del norte se comporten con el paternalismo y la condescendencia que caracterizaron el patrón establecido antes de 1959. El bajo ingreso de muchos cubanos y la atracción que ejercen los dólares los pueden hacer vulnerables.

En última instancia, no obstante, confío en que el encuentro entre nuestras dos sociedades resulte exitoso. Los pueblos de los Estados Unidos y Cuba han estado separados durante medio siglo, pero a diferencia de sus gobiernos, nunca estuvieron divorciados. Para ellos, la reconciliación será fácil, y posiblemente, logren atraer consigo a sus dos gobiernos.

Pedro Monreal González
Economista cubano. Miembro del Consejo Asesor de Temas.

¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían clave?

El significado inmediato es el reemplazo —en ambos lados— de la beligerancia por la adopción de un marco práctico para conducir sosegadamente las relaciones entre las dos naciones. No se trata de que dejen de existir las discrepancias —algo normal en el ámbito de las relaciones internacionales— sino que el enfoque para enfrentarlas y resolverlas se basaría ahora en un dialogo con designio constructivo. A más largo plazo, las nuevas políticas entre los dos países tienen el potencial de influir positivamente en el desarrollo de Cuba, pero debería quedar claro que por sí mismas tales políticas no serían suficientes para hacer de Cuba un país económicamente próspero, con democracia popular y justicia social.

Las medidas decisivas adoptadas hasta el momento han sido dos: el anuncio conjunto de emprender el restablecimiento de relaciones diplomáticas y el propio proceso de negociaciones —delicado y dilatado— que tuvo éxito en producir tal resultado.

Los próximos pasos claves consistirían en poder alcanzar avances concretos que, a manera de “triunfos tempranos” (early wins), consolidasen una dinámica positiva de lo que obviamente será un complejo y largo proceso que debe ir mucho más allá que el restablecimiento de relaciones diplomáticas.

Me vienen a la mente cuatro posibles acciones que pudieran ser claves en el corto plazo: la apertura oficial de las respectivas embajadas; corregir la desatinada inclusión de Cuba en la lista de países que patrocinan el terrorismo; el intercambio de visitas a nivel ministerial; y la adopción de una serie de “peldaños prácticos”, de carácter puntual, que sin pretensiones de abarcar de golpe todas las dimensiones posibles de un determinado asunto, pudiesen, no obstante, ofrecer soluciones concretas que concitasen un amplio apoyo público en relación con temas de incuestionable interés mutuo.

En asuntos tan complejos como el migratorio, pudiesen examinarse medidas inmediatas de ambas partes para atajar problemas tan serios y urgentes como evitar la pérdida de vidas de cubanos en el mar, vinculadas al intento de emigrar. Ese sería un oportuno tema para lograr un “micro” acuerdo entre los dos países, que además sentaría una adecuada base moral para repensar la cuestión migratoria.

El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

Para decirlo rápido y en los códigos habituales de Cuba: parecería haberse iniciado un cambio de forma y de contenido en ambas partes. Del discurso belicoso hacia una narrativa de avenencia, y de las decisiones de gobierno explícitamente hostiles hacia acciones más orientadas hacia un contrapunteo político que, al menos discursivamente, asume la posibilidad y la deseabilidad de la convivencia “civilizada” de los adversarios.

Sin embargo, las nuevas relaciones no modifican el dato esencial de que la política exterior de ambos países continuará estando determinada en alto grado por intereses de distinto tipo que no solamente serán diferentes sino también antagónicos. Un “nuevo enfoque” en la política de los Estados Unidos hacia Cuba obviamente también requiere un “nuevo enfoque” desde el lado cubano, tal y como ya comienza a verse. El cese de la hostilidad abierta no significa el fin de las discrepancias y por tanto estas deberán seguir siendo activamente “gestionadas”.

El camino principal que debería tomarse para hacer avanzar las nuevas relaciones es el de la paulatina construcción de la confianza mutua entre los pueblos de ambos países, algo que debe involucrar a toda la sociedad y que suele tomar tiempo. Es un proceso que, aun pudiendo haberse iniciado “desde arriba”, solamente se consolidara a partir de una dinámica “desde abajo”.

¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

Las nuevas políticas son coherentes con un marco hemisférico que desde hace ya hace algún tiempo daba cuenta de la anomalía de contar con esquemas de cooperación internacional de los cuales Cuba se encuentra excluida fundamentalmente debido a la oposición de los Estados Unidos. El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países facilitaría avanzar en la solución de tal anomalía, y en ese sentido la próxima Cumbre de las Américas en abril de 2015, en Panamá, pudiera representar un importante primer paso.

Adicionalmente, cualquier avance en las relaciones Cuba-Estados Unidos es compatible con un marco de relaciones hemisféricas en el que la heterogeneidad política es quizás su signo más distintivo. Desde hace varios años es observable el hecho de que los Estados Unidos no han sido capaces de “alinear” a su antojo los esquemas de negociación y de cooperación intrahemisféricos y en consecuencia, además de las frecuentes discrepancias en el seno de los mecanismos tradicionales, han surgido nuevos esquemas de los que los Estados Unidos han sido excluidos. Obviamente, esa dinámica no se debe principalmente a la existencia del conflicto Cuba-Estados Unidos, pero sin dudas tal conflicto ha sido una importante fuente de tensión y en consecuencia el cambio en las relaciones Cuba-Estados Unidos debería tener un impacto en las relaciones intrahemisféricas, al menos en tres dimensiones: la posible reconfiguración de las dinámicas que los gobiernos de orientación relativamente más “radical” (p. ej. Ecuador, Venezuela, o Bolivia) pudieran alentar en el seno de las entidades tradicionales de alcance hemisférico, como la OEA y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID); las eventuales modificaciones en las relaciones entre tales entidades (OEA y BID) y las otras de las que los Estados Unidos no forman parte (p. ej. CELAC); y un mejor aprovechamiento de las capacidades de Cuba para contribuir a la cooperación intrahemisférica, incluyendo potenciales esquemas en asociación con los Estados Unidos, imbuidos en el éxito de la cooperación recientemente aplicada en la lucha contra el ébola en África Occidental.

¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

Las transformaciones sociales son el resultado de la acción colectiva. A pesar de lo que opinen los expertos, o de la inmoderada percepción que pudiesen tener de sí mismas las elites económicas y los políticos profesionales, las sociedades no solamente están siempre preparadas para el cambio social sino que son ellas las que constantemente engendran el cambio. De hecho, la propia nueva dinámica bilateral que ha estado emergiendo es el resultado de la resistencia del pueblo cubano. La tradicional política de hostilidad del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba se hizo obsoleta precisamente porque la acción colectiva de la sociedad cubana así lo determinó.

El nuevo ambiente bilateral plantea nuevos retos que igualmente deberán ser resueltos mediante la acción colectiva. Pienso que ello no plantearía problemas mayores —en el plano de la cultura política— a la sociedad estadounidense, que cuenta con una reconocida capacidad de mutación y de integración de lo nuevo. Con ello no quiero decir que no pudiesen existir problemas de orden político, pero eso es otra cosa. Simplemente señalo que las eventuales dificultades políticas que pudieran darse en los Estados Unidos para avanzar en una nueva relación bilateral no se tratarían de problemas referidos estrictamente la cultura política de los Estados Unidos, entendida esta como sistema político internalizado en creencias y valores. Estoy descontando en este breve comentario el peculiar caso de la cultura política del sur de la Florida, que obviamente requiere de un análisis aparte.

En el caso de Cuba, el problema parece ser más interesante y complicado pues se trataría de un proceso que se insertaría en una cultura política que ya ha estado cambiando por razones más sustantivas, relacionados con modificaciones de “estructura” y de “agencia” motivadas por una restructuración cuya profundidad a veces parece no ser suficientemente reconocida.

En la sociedad cubana actual, donde el “ethos” colectivo se encuentra magullado —en el plano real, no en el discursivo— y donde formas y mecanismos de desigualdad parecen instaurarse aceleradamente como parte de lo “nuevo normal” (independientemente de intenciones políticas declaradas), la internalización política de ideas y de valores abarca procesos de renovación, frustración, negación, reacción, crispación, e imitación, a veces secuenciales, en ocasiones simultáneos.
Desde esa perspectiva, el asunto quizás sería no tanto asumir la cultura política en Cuba como contexto para el cambio en las relaciones bilaterales Cuba-Estados Unidos sino considerar eventuales cambios en la propia cultura política cubana como un resultado “mediatizado” o “interferido”, no sé si se “catalizado”, por la modificación de las relaciones bilaterales. Es una clase de procesos de difícil pronóstico, excepto en lo que se refiere a poder afirmar que será dirimido esencialmente en el terreno de la política interna de Cuba.

La llamada “normalización” de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos ciertamente incluye aspectos potencialmente positivos para la sociedad cubana (p.ej. el crecimiento de las exportaciones y del empleo, y un eventual “dividendo de paz”) pero igualmente contiene de manera latente elementos que no serían considerados “normales” por la mayoría de la población cubana (p. ej. una eventual “tijuanización” del mercado laboral cubano).

Confiar la regulación del proceso de “normalización” a criterios de mercado (o de razonamientos asociados de “eficiencia” y “racionalidad económica”) pudiera resultar desastroso para la sociedad cubana. Ese es un plano en el que la ventaja comparativa cubana tiende a ser cero frente a un “partner” como los Estados Unidos. Ahí no caben ilusiones de otro tipo. Pero existe una razón más sustantiva para impugnar el posible liderazgo del criterio del mercado en el proceso de “normalización”. El camino hacia el bienestar nacional en un nuevo contexto de relaciones con los Estados Unidos debe ser decidido por la gente de Cuba de acuerdo con sus propios valores e intereses y no como resultado de la “mano invisible” del mercado. La “normalización”, como quiera que esta se entienda, debe ser un proceso manejado desde la política.

La posibilidad del éxito de tal empeño no dependerá principalmente del Estado cubano sino de la matriz política interna en la que este existe y a la cual debe responder. De nuevo, se trataría de la capacidad de acción colectiva popular que pudiese existir para alcanzar determinadas metas que reflejen el tipo de sociedad a la que se aspira.

Poder contar con un entorno favorable que asegure el empoderamiento político real (no meramente declarativo) de la mayoría de los ciudadanos —especialmente evitando que la desigualdad distorsione el proceso político— sería la mejor garantía de que el reencuentro de la sociedad cubana con el modelo de sociedad capitalista más pujante que jamás ha existido no derive hacia una “normalización” de relaciones como la que existió durante la llamada etapa “republicana” de Cuba ni que reproduzca en la isla el “modelo” que hoy caracteriza la manera en que el capital estadounidense opera en muchos países de América Latina y el Caribe.

Jorge I. Domínguez
Profesor. Universidad de Harvard.

¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían clave?

Un significado particularmente personal del anuncio de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba es que podremos, una vez más, pensar sobre el contenido de un antiguo debate sobre las relaciones entre los gobiernos de Washington y La Habana. Una posición ha resaltado la utilidad de lograr acuerdos sobre “asuntos discretos” que resulten en medidas de rápida aplicación y de fácil supervisión de su acometido. El logro de estos modestos acuerdos, a su vez, genera valor en sí y se convierte además en un proceso de una negociación en cadena. Este proceso a múltiples niveles crea nuevos niveles de confianza, fortalece la credibilidad bilateral, y permite acometer acuerdos cada vez más ambiciosos que desemboquen en cambios fundamentales. Otra posición ha tomado nota que los acuerdos sobre asuntos discretos no suman bien; se han desarrollado aislados unos de otros, y su misma limitación implica cierta precariedad. Por tanto, es preferible arrancar mediante la construcción de un régimen de diálogo, que incluya por supuesto acuerdos concretos pero que no se limitaría simplemente a la acumulación de tales miniacuerdos. En la construcción de este párrafo, no he hecho más que resumir los dos capítulos que publicamos, respectivamente, Rafael Hernández y yo en un libro que compilamos, U.S.-Cuban Relations in the 1990s (Westview Press, 1989), publicado antes del colapso de la Unión Soviética y cambios posteriores. Ese debate lo continuamos en otro libro,Debating U.S.-Cuban Relations: ShallWe Play Ball? (Routledge Press, 2012), que se publicó enTemas en 2010. En esa segunda y más reciente etapa, mi artículo se dedicó principalmente a explicar por qué y cómo la realización de múltiples acuerdos sobre “asuntos discretos” (cooperación entre Guardacostas y Guardafronteras, acuerdos migratorios, coordinación pertinente a presos en la base de los Estados Unidos cerca de Guantánamo, ventas de productos agrícolas de los Estados Unidos a Cuba, etc.) no habían “sumado” para lograr un cambio más amplio y más profundo en las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, mientras que el capítulo de Rafael Hernández señalaba los múltiples acuerdos “pequeños” que se habían realizado y podrían realizarse.

Más que un desacuerdo, esos trabajos reflejaban pinceladas variadas sobre matices claroscuros. Las preguntas a través de este cuarto de siglo siguen siendo las mismas. ¿Cómo lograr pasos útiles para ambos países, no simplemente para ambos gobiernos? ¿Cómo buscar un marco confiable, no simplemente piezas dispersas de un rompecabezas, para permitirle a cualquier persona en cualquier país discernir mejor el futuro de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos?

Las medidas anunciadas por los Estados Unidos y Cuba combinan lo “discreto” (intercambio de presos acusados por el uno o por el otro de actividades de espionaje), con lo más amplio (anuncio del establecimiento de las relaciones diplomáticas). Esto último es lo realmente novedoso, aunque se trate de un mero anuncio que requiere negociaciones todavía por realizarse para que logre ser efectivo. Una característica notable de las medidas ya adoptadas es que se ciñen bien a lo señalado en mi capítulo hace 25 años: permiten rápida aplicación, y son de fácil supervisión en su acometido. Ya se intercambiaron los presos. Está por realizarse la negociación para la formalización de embajadas, cambiándole el letrero a las respectivas Secciones de Intereses pero, más importante, permitiéndoles un nuevo radio de acción. Será verificable la oración en la alocución del Presidente Raúl Castro con relación a la “excarcelación de personas sobre las que el gobierno de los Estados Unidos había mostrado interés,” aparte de los ya intercambiados. Igualmente verificable será la revisión de la inclusión de Cuba en la lista que lleva hace más de tres décadas el gobierno de Estados Unidos sobre Estados promotores del terrorismo. Y, ahora, además hay un régimen de diálogo, que comenzó con un diálogo telefónico entre Raúl Castro y Barack Obama. Sabremos pues si habrá algo que suma gracias a ese nuevo régimen de diálogo, más allá de la resolución loable de cuestiones puntuales aunque aisladas.

El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

La coacción es un instrumento normal de las relaciones entre Estados soberanos. Su presencia no debe sorprendernos. Ha sido parte de la política de los Estados Unidos hacia Cuba, y lo fue también en la política que llevó a Cuba a enviar tropas a Angola y Etiopía y a apoyar a movimientos revolucionarios en diversos países. Lo importante es impedir que la relación entre dos países se limite simplemente a la coacción, símbolo de la cual son las restricciones que ambos gobiernos han impuesto por tantos años sobre el comportamiento de sus respectivos diplomáticos en las Secciones de Interés en Washington y La Habana. La “liberación” de los diplomáticos puede ser una primera señal del cambio del contenido y del tono de las relaciones entre los dos países.

¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

Un punto de inflexión en el anuncio del cambio de la política de los Estados Unidos fue la decisión del gobierno de Panamá de invitar a Cuba a participar en la Cumbre Interamericana, por celebrarse en Panamá en abril de 2015. A su vez, Panamá reflejaba la práctica ya generalizada entre los países de nuestro continente de incluir a Cuba en similares reuniones multilaterales. Un detalle adicional importante fue la función facilitadora clave del gobierno de Canadá; el primer ministro, Stephen Harper, del partido conservador, le recordaba al presidente de los Estados Unidos que gobiernos de todos los puntos ideológicos trataban con el de Cuba mediante embajadas, y no simplemente mediante chillidos. Una hipótesis, sin embargo, es que una vez resuelta esa anomalía diplomática, el tema Cuba en la agenda entre los Estados Unidos y países latinoamericanos puede declinar, ya que su dimensión se tornaría necesariamente más bilateral (¿funcionan o no las tarjetas de créditos de Citibank en La Habana?), y mucho menos multilateral.

¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

Escribía Rafael Hernández en Temas (2010) y su versión en inglés Debating U.S.-Cuban Relations (2012) que ni Cuba ni los Estados Unidos están preparados para hacerle frente a un “adversario” que no sea un “enemigo”. Ese reto es mucho mayor en el caso de Cuba, donde es un asunto nacional. En los Estados Unidos, el caso Cuba es un tema de política de menor importancia (que Afganistán, Iraq, Crimea, la falta de crecimiento económico en la Unión Europea y Japón, la compleja relación con China, etc.) fuera del sur de la Florida. Habrá claves relativamente pronto. ¿Confirmará el Senado de los Estados Unidos, con mayoría republicana, al primer embajador de los Estados Unidos designado para representarlos en La Habana desde que Philip Bonsal se fue? ¿O será esa designación víctima de las precandidaturas presidenciales de los senadores Marco Rubio (R-FL) y Ted Cruz (R-TX), ambos cubanoamericanos? ¿Aceptará el gobierno de Cuba que empresas norteamericanas vendan materiales de construcción para la construcción de residencias privadas, y vendan productos al sector cuentapropista directamente, sin la mediación de una empresa del Estado? Y, bajo el supuesto que el gobierno de Cuba estaría dispuesto a permitirlo, ¿cómo ocurriría? ¿Autorizará el gobierno de Cuba cooperativas importadoras, por ejemplo?

No todo es posible, pero sí ya lo son hoy cosas que no lo fueron ayer. Los respectivos libros de Domínguez y Hernández tuvieron trayectorias distintas. El publicado en 1989 se publicó solamente en inglés y fuera de Cuba, aunque no por falta de esfuerzos para que se publicara también en español y en Cuba. Su sucesor se publicó en ambos idiomas y en ambos países. Y la primera rápida y eficaz publicación fue la hecha en Cuba.

Carlos Alzugaray Treto
Analista político. Miembro del Equipo Editorial deTemas.

¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían claves?

Hay que significar, ante todo, la propia negociación que condujo a los anuncios de ambos presidentes el 17-12. A pesar de producirse entre dos antagonistas cercanos y asimétricos, cuyo conflicto se ha enconado a través de los años, llevó a un resultado de “ganar-ganar”. Es decir, ambas partes lograron los resultados que se querían, para lo cual no titubearon en hacer concesiones mutuas.

Tanto los dos mandatarios como sus equipos negociadores encontraron una solución creativa y práctica al problema de la liberación de prisioneros, lo que constituía un obstáculo aparentemente infranqueable. Esto es remarcable.

En cuanto al núcleo duro de lo acordado, que es un viraje radical en las relaciones, hubo no solo creatividad y realismo, sino audacia. Siempre se supuso que el restablecimiento de relaciones diplomáticas sería el punto de llegada de un largo camino. Las dos partes han comenzado al revés, lo que analizado con más detenimiento facilita la formalización de acuerdos importantes en temas que no son controversiales. Esto creará un clima favorable para acometer los temas de peso, que son muy controversiales.

Lo decisivo es que, de un golpe, los Estados Unidos han reconocido la legitimidad del gobierno cubano —de eso se trata cuando se restablecen relaciones diplomáticas—, lo que posibilita avanzar en cualquier negociación que sea del interés nacional cubano. Por otra parte, las medidas anunciadas por el presidente Obama, aunque no eliminan el mal llamado “embargo”, le quitan considerable presión a la economía cubana y abren una grieta en el bloqueo que podría ampliarse a medida que se avanza.

Desde el punto de vista norteamericano, Obama puede ahora ir a la Cumbre de las Américas en Panamá en abril del 2015 con el asunto cubano resuelto. No hay duda que le gana espacios a los Estados Unidos en la región.

Los próximos pasos, a mi manera de ver, deben concentrarse en aprovechar esta ventana de oportunidad para avanzar en temas donde no hay duda que los intereses nacionales de ambos países no son antagónicos.

Obama es el primer presidente que ha dicho públicamente que las sanciones contra Cuba deben ser levantadas. Ni siquiera Carter tuvo una posición tan clara. Este es un cambio fundamental en la ecuación y en la correlación de fuerzas alrededor del tema dentro de los Estados Unidos. El Ejecutivo puede encontrar aliados en el Congreso entre los senadores y representantes de Estados que se beneficiarían económicamente. Pero el camino es largo y los obstáculos políticos significativos.

El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

Ambos presidentes han comenzado el difícil proceso de desterrar de la cultura política en los dos países los estereotipos con los cuales una mayoría de la ciudadanía ha visto al otro. Para la mayoría de los cubanos, los Estados Unidos son una potencia imperialista que ha estado tradicionalmente opuesta a la independencia nacional y por tanto, todo lo que venga del vecino norteño debe ser visto con desconfianza. Para la mayor parte de los norteamericanos, el gobierno cubano o “de los Castro” es una horrible dictadura comunista que constituye un peligro latente para los Estados Unidos. Estos estereotipos generan desconfianza e impiden avanzar hacia relaciones civilizadas.

Este paso es el primero en el largo camino que debe conducir a la construcción de espacios en los cuales prevalezca la confianza mutua y la voluntad de cooperar en beneficio recíproco. Estos espacios ya los hay. Pero son insuficientes. De lo que se trata es de institucionalizarlos por vía de acuerdos formales, lo cual se hacía imposible sin relaciones diplomáticas.

Debe avanzarse en todo lo que se pueda y para ello seguir el ejemplo de ambos presidentes y sus equipos negociadores: con diligencia y creatividad, identificar todo lo que nos pueda beneficiar en lo económico, político, cultural, educacional, deportivo y científico. A Obama le quedan dos años y no es descartable que en las elecciones del 2016 gane un candidato opuesto a la normalización.

¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

Prefiero llamarle “relaciones interamericanas”. Quizás este término forme parte de los estereotipos que tenemos que vencer. Los pasos dados por ambos presidentes, y subrayoambos, marcan una transformación radical de las relaciones interamericanas, definidas como la relaciones entre los países latinoamericanos y caribeños y los norteamericanos de origen anglosajón, los Estados Unidos y Canadá. Para la izquierda latinoamericana y caribeña se presenta un desafío importante. Este conflicto de más de medio siglo forma parte del imaginario de resistencia de las fuerzas populares. Ahora vemos que los Estados Unidos son capaces de cambiar su política hacia la más vieja de las revoluciones progresistas del continente. ¿Cómo lo interpretamos?

La primera reacción que ya se ve, incluso en Cuba, es la de decir que nada ha cambiado y que la lucha continúa, pero bajo nuevas formas.

El análisis alternativo, al que me adhiero, parte del criterio de que lo sucedido es síntoma de que los Estados Unidos están cambiando y se debe aprovechar ese cambio en función de nuestros intereses. Recordemos lo sucedido cuando Roosevelt, Kennedy y Carter adoptaron cambios positivos en las relaciones con la región: la política del Buen Vecino, la Alianza para el Progreso y la defensa de los derechos humanos.

Los Estados Unidos están en franco proceso de sobredimensionamiento imperial. No dejarán de comportarse como lo que son, pero no olvidemos que no es un “actor racional único”. Ante su pérdida de poderío, un sector de la élite del poder viene cambiando su comportamiento internacional. También hay el peligro de otro sector que sigue abogando por políticas unilaterales y coactivas, como el bloqueo. Los Estados Unidos no van a desaparecer como país. Pretender que no tengan un papel importante en las relaciones internacionales es utópico. Debemos ayudar al proceso de readecuación, sin dejar de resistir comportamientos unipolares y agresiones.

¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

Una cuestión clave en la supervivencia de la especies y yo diría que de las naciones, es su capacidad de adaptación al cambio. Como el cambio es lo único permanente en la vida social, la adaptabilidad debe ser nuestro norte.

Me permito citar al presidente Obama en la parte final de su alocución: “El cambio es duro, en nuestras propias vidas y en las vidas de las naciones. Y el cambio es aún más duro cuando llevamos el peso de la historia en nuestros hombros. Pero hoy estamos haciendo estos cambios porque es lo correcto que hay que hacer”.

Para una situación tan inesperada como esta no hay cómo prepararse. Si difícil es alistarse para una eventual guerra, mucho más lo es para una súbita declaración de paz.

Más allá de que el conflicto básico entre Cuba y los Estados Unidos continuará bajo otras formas, se trata de una etapa radicalmente distinta. Lo más importante para los cubanos es adaptarse rápidamente a esta situación. Se abren oportunidades, y ha de aprovechárselas siempre que se enfoquen con una nueva mentalidad más abierta y proactiva. Aunque no hay oportunidad sin riesgo, los riesgos en este caso son menores.

Ciudadanos e instituciones han de hacer una reflexión profunda y bien pensada y actuar ágilmente en todo aquello que sea evidentemente favorable al interés nacional, que podría definirse como el de aprovechar las circunstancias económicas, comerciales y financieras sin concesión alguna en el tema de nuestra independencia, autodeterminación y seguridad. Lo más riesgoso es que sean los Estados Unidos los que unilateralmente impongan los temas, tiempos y profundidad de eso que llamamos “normalización”, que implica mucho más que una simple transformación de las actuales Secciones de Intereses en Embajadas.

No debemos temer el acercamiento a los norteamericanos y tenemos que entenderlos mejor. Martí, en su momento, escribió: “Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósitos, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes”.

Una conclusión evidente es que, en la medida que la presión económica sobre Cuba se reduzca, por las medidas de Obama, será posible avanzar aún más rápido en la actualización del modelo en ciertas esferas, como lo son los de las telecomunicaciones y de las actividades bancarias. Por suerte, el levantamiento total del bloqueo será un proceso lento y paulatino, lo que permitirá también una adaptación gradual,como la que convendría al interés nacional.

Creo que a este caso, es aplicable algo que el presidente Raúl Castro dijo al referirse a los éxitos de la política exterior cubana en el 2014:

“El reto que tenemos por delante los cubanos es muy grande: hay que situar la economía a la altura del prestigio político que esta pequeña isla del Caribe ha conquistado gracias a la Revolución, al heroísmo y a la capacidad de resistencia de nuestro pueblo”.

Acerca de Dialogar, dialogar

Historiador, investigador, papá de María Fernanda y Alejandra
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